Plumazos del domingo 20 de agosto de 2023
Apuntes electorales de Hugo Maúl y Mateo Echeverría.
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Los riesgos de la paranoia como forma de sobrevivencia
Hugo Maúl
El nivel de polarización ideológica que vive el país es algo que se pensaba había quedado en el pasado. Ideas superadas, fantasmas olvidados y miedos adormecidos cobraron vida de manera repentina; aquellas viejas prácticas de tiempos del conflicto armado, en donde no había espacio para “medias tintas” regresaron con fuerza virulenta. Es blanco o es negro. No hay tonos de gris, solo brutales simplificaciones de la vasta complejidad que caracteriza a una sociedad moderna. Una reacción comprensible ante la ansiedad que provoca lo desconocido, la incertidumbre y los miedos existentes. Como dice John Gray, el reconocido filósofo de London School of Economics, no hay que sorprenderse demasiado, “el mundo en el que nos encontramos en pleno comienzo del nuevo milenio está lleno de escombros de proyectos utópicos que, aunque fueron formulados en términos laicos que negaban la verdad religiosa, funcionaron en la práctica como formas de transmisión de los mitos religiosos”1 Por más que aparezcan de “ataviados del ropaje de las ciencias sociales…” las posturas más extremas y reduccionistas que hoy pueblan el paisaje discursivo nacional son “una nueva versión de las creencias apocalípticas que se remontan a los tiempos más antiguos.”2
En este caso particular, creencias “milenaristas” que apuntan hacia una transformación profunda futura que traerá consigo un estado de cosas más justo y armonioso, pero que previo a que ese estado de gracia se alcance es necesario “salvar” al país de amenazas apocalípticas contra los valores más preciados de la sociedad. Por un lado, la creencia que salvando al país de la amenaza de la corrupción y de los corruptores, de manera milagrosa Guatemala alcanzará la paz, prosperidad, equidad y felicidad general. Del otro lado, la creencia que defendiendo al país de las amenazas socialistas, comunistas y progresistas, de manera milagrosa en Guatemala reinará la más virtuosa armonía social, el puritanismo, el más perfecto Estado de Derecho y la economía florecerá para todos. Visiones utópicas, suponiendo que son honestas, que son el resultado de un intento de dar sentido a una realidad marcada por la desinformación generalizada; desarticulación social; pérdida de confianza en el sistema político; crisis de legitimidad de las instituciones; incapacidad de los organismos de gobierno para prestar servicios básicos; etcétera. En palabras de Gray, “síntomas de una disonancia cognitiva en la que se rompen los lazos normales entre la percepción y la realidad”.3
Creencias que muchas veces alcanzan tintes casi religiosos, por más que se disfracen laicismo y cientificismo; explicaciones irracionales que no permiten a sus seguidores verificar sus conjeturas contra lo que sucede en la realidad. Creencias que llevan a unos a creer que si no es zutano el elegido, Guatemala caerá inexorablemente en las garras del comunismo; y que llevan a otros creer que si no es mengano el elegido, Guatemala sucumbirá ante el crimen organizado. Aunque eliminar el conflicto de visiones, intereses, creencias y anhelos es una utopía, como mínimo habría que aspirar a “regular” ese conflicto dentro de parámetros que dejen a todos mínimamente satisfechos, aunque lejos de los utópicos sueños que cada quien busca. Para ello se necesita un mínimo grado de confianza entre las partes, de manera que se permitan explorar mecanismos para construir acuerdos mínimos, en lugar de matarse, real o simbólicamente. Por ejemplo, evitar la búsqueda del imperio de la ley degenere en “el imperio de los funcionarios o, al menos en el imperio de los jueces”.4 Extremo que ambas partes en el conflicto actual conocen bien y que, en buena parte, explican sus posturas extremas. Al final de cuentas, como dice Dahredorf, el reconocido sociólogo liberal alemán, “si no hay confianza, el mejor sistema jurídico no sirve de nada; pero el mundo anómico no fomenta precisamente la confianza”.5
El reto consiste, como dice este autor:
“La anomia no dura siempre, y si existe la resistencia suficiente para impedir su transformación en tiranía, las fuerzas de la sociabilidad engendrarán las estructuras en las que el antagonismo de los egoísmos individuales nos permita seguir avanzando”.
Dahrendorf (2005, p. 153)
Es momento de reconocer que para construir una Guatemala más justa, más pacífica, más equitativa, más próspera y más armoniosa se necesitan construir acuerdos, no cacerías de brujas; se necesita respetar las diferencias de pensamiento, no la descalificación burlona; reconocer que no hay superioridad moral alguna, que “todos somos pecadores”; que no existen recetas milagrosas, ni para defender la familia, ni para combatir la corrupción, ni para lograr la felicidad inmediata.
Sin embargo, de seguir creciendo el tribalismo y radicalismo que hoy existe en el país, menciona Karl Popper, “con tanto o mayor seguridad acabaremos en la inquisición, en la policía secreta y en la visión romántica de la banda de gangsters (que imponen a la fuerza su voluntad)”.6 El consejo de Dahrendorf viene “como anillo al dedo” en los momentos que vive el país; ahora más que nunca se necesita de una “sociedad vigilante y activa; abierta a probar lo nuevo pero preparada para descubrir lo falso y rechazarlo”.7
Finalmente, vale la pena recordar que una democracia sin demócratas se destruye a sí misma.
Hay que ser idiotas
Mateo Echeverría
Como en cualquier otra campaña política, los encuentros y desencuentros en éstas últimas semanas han sido abundantes. Hace pocos días me sorprendí en un almuerzo familiar alineado con una tía católica mientras defendía el voto por un cambio pese a lo que decían sus amigas y, en cambio, supe que serían las últimas cervezas con ese primo buena onda que afirmaba, con semblante serio y un tono de voz grave, que todo daba igual porque los gringos ya habían decidido los resultados. No puede ser, pensé, que la discusión política se redujera a este cúmulo de interacciones adulteradas por nuestras propias limitaciones, plagadas de momentos degradantes y hostiles. Dan ganas de hacerse apolítico, de hacerse el idiota, al menos en el sentido que los griegos le daban para nombrar al ciudadano indiferente a los asuntos públicos.
A pesar del reparo que siento y consciente de mi necesidad de agradar a los demás, ha sido inevitable –no voy a mentir, ha sido un alivio– marcar distancias con ciertas personas por sus recientes posturas políticas. No sé si esto sea síntoma de madurez o su contrario, pero hace tiempo decidí, imitando al buen Jep Gambardella en la Grande Bellezza (Dir. Paolo Sorrentino, 2013), que no iba a perder más el tiempo en cosas que no me vienen en buena gana. Y compartir con quienes prefieren un modelo autoritario y corrupto a uno democrático y libre –uno que procure impunidad a otro que promueva un Estado de derecho, uno que imponga una visión reducida a otro que sea respetuoso con la pluralidad–, no me apetece en estos momentos.
Con cada separación me pregunto si me convertí en ese insoportable sujeto que alguna vez juré no ser; ese obsesionado que vomita como disco rayado su monólogo aleccionador y mide a las personas según sus opiniones. Sin duda tengo mis épocas de bilis y miradas sobre el hombro, días que quizás han sido meses desquiciados en los que después termino en ese análisis culposo en el que prometo moderación, tomar cierta distancia y un esfuerzo titánico por «tender puentes» de comprensión. Pero luego sigo el hilo de mi reflexión y veo que mis demandas, supuestamente «radicales», circundan en una idea tan básica como la de una democracia y un Estado funcional para todos que pierdo cualquier atisbo de vergüenza y la necesidad de castigarme. Porque, aunque es verdad que necesitamos puentes, los necesitamos construir entre quienes comparten un mínimo de reglas escritas y no escritas, no con quienes su única regla es el «todo vale». Por eso es que hay ciertas intolerancias, como la que tengo hacia ciertos simplismos autoritarios y otras acrobacias mentales, que estoy dispuesto a tolerar. Aunque a veces preferiría mejor solo hacerme el idiota, pedir otra cerveza y cambiar de tema con el primo buena onda.
Lo ideal es manejarse con cierta flexibilidad, pero las idas y venidas de los golpistas y tramposos durante estas elecciones me han sobrepasado. No puedo ver un video más, escuchar ni leer otra tontería que tenga relación con la desgastante coyuntura. Pareciera que, a la inversa de los griegos, aquí idiotas son los que se interesan por los asuntos públicos. Y estoy sorprendido de la bajeza que he visto desfilar, y no precisamente de los políticos, sino la de muchos ciudadanos que se han prestado a la desinformación y crispación del ambiente, que, además, conscientemente –sin que medie una relación de necesidad– votarán por el continuismo del retroceso. Allá ellos, a mí no me alcanzarían las mentiras para conciliar el sueño después de entregarle un voto a la alianza criminal que existe de facto. Y disculpen la candidez, pero en este punto de inflexión, cuando las diferencias son tan obvias que hasta los ciegos las ven, no logro aceptar, así como dijo Marta Elena Casaús en TanGente, que exista alguna disyuntiva o que en esta elección haya elección posible. Hoy no hay tibiezas, vuelva mañana.
“Allá ellos, a mí no me alcanzarían las mentiras para conciliar el sueño después de entregarle un voto a la alianza criminal que existe de facto.”
Por eso es que sea o no el resultado esperado, después del 20 de agosto me alejaré y procuraré ser más idiota, a lo griego y no griego, para variar. Pero puede que sea necesario aplazar estos planes para después del 14 de enero porque solo puedo hacerme el idiota si la democracia se mantiene y nuestros derechos están asegurados. Solo así podré volver a mis afanes más personales, a saludar al primo buena onda y ser más idiotas, o lo que vendría a ser «libres» en su sentido moderno. Libre de la política, libre de esas preocupaciones.
Gray, John. (2007). Misa Negra. Espasa Libros: México, D.F. p. 13
Ibid.
Ibid. p. 20
Dahrendorf, Ralf. (2005). En Busca de un Nuevo Orden: Una Política para la Libertad para el Siglo XXI. Paidos: Barcelona, p. 133
Un "mundo anómico" se refiere a un orden social caracterizado por la ausencia o ruptura de las regulaciones normativas y morales que guían el comportamiento individual y la interacción dentro de la sociedad. La anomia es causa de conflicto acerca de cómo ejerce cada quien su libertad y se organiza la sociedad; alineación y desconexión; autoritarismo, como forma de retomar el orden perdido; y conflictos de clase.
Dahrendorf (2005), p. 11
Ibid., p. 153