Ninguna democracia es perfecta, sea que se le juzgue como un todo, o que se juzgue cada uno de los elementos de manera individual. “Y sin embargo, se mueve”, podría decirse, usando la frase que Galileo, se cree, pronunció después de retractarse ante el tribunal de la Santa Inquisición de su modelo astronómico heliocéntrico. Siempre y cuando, habría que añadir, se reconozca que en una democracia la autoridad última y la legitimidad del gobierno proviene del pueblo; que deben respetarse las libertades y derechos fundamentales de las personas; que deben elegirse autoridades mediante elecciones libres, justas y periódicas; que se garantice la participación activa de los ciudadanos en la vida cívica y política y; que todas las personas, incluidos los líderes políticos y el gobierno, sean iguales ante la ley.
No obstante, en este imperfecto mundo cruel, rara vez estos elementos constitutivos de una democracia funcionan de manera perfecta. Antes bien, como apunta Arroyo (2024)1, “la democracia es una fortaleza hecha de debilidades”, en referencia a lo que Da Vinci dijera sobre la Naturaleza de los Arcos (Cuadernos, Capítulo XIII, Escritos sobre Arquitectura, Sección III, No. 709“): “un arco no es otra cosa que una fuerza originada por dos debilidades… dos segmentos de un círculo, cada uno de los cuales siendo muy débil en sí mismo tiende a caer; pero como cada uno se opone a esta tendencia en el otro, las dos debilidades se combinan para formar una sola fuerza”. Así como un ladrillo o una piedra individual puede ser frágil por sí misma, cuando se unen muchos estos elementos en forma de arco, se crea una estructura fuerte y estable capaz fuerzas verticales en fuerzas horizontales que se distribuyen a lo largo del arco y se transfieren hacia sus apoyos.
En otras palabras, mientras que los materiales individuales pueden tener debilidades o limitaciones, la forma y la disposición específica de los mismos en un arco aprovechan sus propiedades para crear una estructura sólida y resistente. A pesar de la belleza de la analogía, sería ingenuo creer que la democracia está libre de problemas y amenazas, tal como lo constata la experiencia reciente en América Latina y lo que sucede ahora en Guatemala. Las democracias, al igual que los arcos, se derrumban cuando los elementos básicos que la constituyen se debilitan y dejan de cumplir su función primordial dentro de la arquitectura institucional. Algunas veces las democracias se derrumban de manera súbita, como ocurría antes con los golpes de estado militares, otras veces de manera lenta e imperceptible al ojo humano, como sucede ahora en muchos países, incluido Guatemala.
“Las democracias, al igual que los arcos, se derrumban cuando los elementos básicos que la constituyen se debilitan y dejan de cumplir su función primordial dentro de la arquitectura institucional.”
En lo que al Estado de Derecho se refiere, el desprecio por la justicia, la igualdad ante la ley y el respeto al debido proceso fundamentales es como la gota de agua que cae sobre la piedra hasta que la rompe; la persistencia y omnipresencia de actos ilegales de todo tipo termina por destruir la legitimidad de la ley como mecanismo de vinculación entre las personas y la confianza en las instituciones jurídicas . El derecho deja de jugar el papel que le corresponde en el orden y la estabilidad social; las normas legales dejan de cumplir su papel como moduladoras del comportamiento de los individuos y grupos dentro de una sociedad. La normalización de la ilegalidad, tarde o temprano; provoca la erosión generalizada del Estado de Derecho y la confianza en la democracia como un sistema justo para la toma de decisiones colectivas.
De similar importancia para el debilitamiento de la democracia resulta la erosión del respeto a los derechos humanos fundamentales. La protección de los derechos individuales y las libertades civiles es esencial; cualquier intento de coartar la libertad de expresión, reunión o asociación, así como la sobrevigilancia y sobrecriminalización de la vida de los ciudadanos, afecta el tejido democrático, provocando menor participación de los ciudadanos en los asuntos públicos; homogeneización del discurso en torno a la propaganda oficial, dados los peligros que representa el disenso; y exacerbando la desconfianza hacia las instituciones públicas.
Socavar el sistema electoral equivale a debilitar la dovela central que sostiene el arco; las elecciones libres y justas son la piedra angular de la democracia. Cualquier intento por manipular o socavar los procesos electorales debilita la legitimidad del gobierno; exacerba la polarización política; provoca tensiones y conflictos sociales; destruye la legitimidad del sistema para representar los intereses de la sociedad de manera equitativa; limita la diversidad de ideas y propuestas en la arena política; y, eventualmente, conduce a la apatía de los ciudadanos respecto de un sistema manipulado. Estas manipulaciones ocurrían antes de manera flagrante, durante el día de la elección y días sucesivos; ahora ocurre de manera pausada a lo largo de muchos años, debilitando los órganos electorales, para que no puedan ejercer sus funciones básicas; manipulando las reglas del juego, para favorecer intereses especiales; y politizando nombramientos de funcionarios clave, para limitar la imparcialidad e independencia en sus decisiones.
Finalmente, la polarización política y la fragmentación social dificultan la posibilidad de diálogo constructivo entre los distintos grupos que conforman la sociedad. Cuando el discurso político se vuelve extremadamente polarizado, sumado a la difusión de información errónea y desinformación, por medio de plataformas digitales, se promueve el desprecio por la evidencia y la búsqueda de la verdad; se debilita la confianza pública y se distorsiona el discurso político. En este ambiente la atención se centra en conflictos ideológicos, en lugar de atender problemas urgentes y prioritarios. La hostilidad reinante afecta la cohesión social y la búsqueda de soluciones a problemas comunes. En el extremo, el radicalismo puede llegar a extremos en donde ya no se respetan los derechos fundamentales de quienes piensan distinto.
“La hostilidad reinante afecta la cohesión social y la búsqueda de soluciones a problemas comunes.”
Aparentemente, todo indica que, a pesar de sus debilidades, la democracia habrá triunfado en Guatemala, por el momento. Sin embargo, es vital comprender que no todas las amenazas que acechan a la democracia son visibles y estruendosas; las amenazas más peligrosas son sutiles y sigilosas. Es responsabilidad de todos comprender mejor cómo operan estas amenazas, para proteger y reforzar las instituciones democráticas. La vigilancia por parte de una sociedad civil activa es vital para salvaguardar la salud de una democracia.
Arroyo, Ivabelle. (2024). Instrucciones para Construir un Arco, en Letras Libres. Ciudad de México: Mayo 2023, p.30