En un artículo que escribí meses atrás, abarqué las advertencias que hizo Juan Linz sobre el presidencialismo y su propensión a implosionar el régimen democrático. Particularmente, me centré sobre las dificultades que tendrá Milei, por sus posiciones extremistas, para manejar una relación estable con el Congreso.
Ahora, quisiera hablar sobre el caso del presidente Arévalo y Movimiento Semilla.
Tras dos meses y medio de gobierno, he notado una completa desconexión entre las acciones de la bancada en el Congreso y el Ejecutivo. Parecen ser dos mundos completamente diferentes. Mientras Arévalo saluda y sonríe con delegados y presidentes de otros países, la bancada Semilla afronta dificultades para crear consensos con los partidos con los que pactó el oficialismo.
“Tras dos meses y medio de gobierno, he notado una completa desconexión entre las acciones de la bancada en el Congreso y el Ejecutivo. Parecen ser dos mundos completamente diferentes.”
La posición de Semilla es delicada por dos motivos. Primero, el presidente Arévalo está en una posición «ideológica» muy distante respecto a los demás partidos políticos. Sin embargo, esta distancia no es porque Arévalo pretenda dar una transformación radical al Estado como lo está haciendo Milei, ni porque Arévalo sea de extrema izquierda. Al contrario, el oficialismo se moderó considerablemente en su discurso a comparación de Semilla de hace cuatro años. Arévalo tiene una posición ideológica «extremista» en cuanto a su actitud hacia la corrupción.
¿Cuándo fue la última vez que un partido político se esforzó en hacer política sin recurrir a los clásicos sobornos, plazas fantasma y contratos con el Estado? Probablemente, desde la Primavera democrática. Esta posición respecto a los demás partidos es extrema porque cambia radicalmente la manera de hacer política. Entonces el primer motivo por el cual Semilla tiene una posición delicada es su forma completamente distinta de hacer política. Se podría afirmar que tanto la Presidencia como el Congreso están aprendiendo desde cero.
“¿Cuándo fue la última vez que un partido político se esforzó en hacer política sin recurrir a los clásicos sobornos, plazas fantasma y contratos con el Estado? Probablemente, desde la Primavera democrática.”
La posición de Semilla es compleja gracias a un segundo motivo: una pobre cultura partidaria que apenas está descubriendo cómo realizar acuerdos y transacciones políticas sin recurrir a corrupción. La mayoría de los partidos políticos no son ideológicos per se. Ni podrían serlo de la noche a la mañana, dada la prevalencia de la mediocridad y la estupidez entre la mayoría de los diputados. Solo debe uno observar los discursos tan pobres de la oposición y las intervenciones de cualquier representante en las sesiones del pleno para darse cuenta de que ni siquiera tienen la inteligencia para comprender y proponer una ideología coherente y distintiva.
Este perfil de diputados ha llegado al Congreso gracias a las redes clientelares y las dinámicas corruptas en la selección de candidatos—una dinámica especialmente alimentada gracias a que Giammattei les abrió las arcas del Estado para sus campañas. Por tanto, estos perfiles llegaron al Congreso con el único propósito de saquear. No saben hacer algo más.
En este contexto, ¿cómo entablar una negociación que no involucre corrupción? Mientras en democracias más avanzadas—al menos las no polarizadas—los partidos deben hacer concesiones en sus posturas ideológicas para llegar a acuerdos y atender a sus electorados, en Guatemala nuestra clase política no sabe hacer este tipo de negociaciones. Si no es con plata, plazas o contratos, ¿qué más tengo para ofrecerte?
Lo que la experiencia ha mostrado en otros países es que el Ejecutivo y su bancada sí tienen mucho que ofrecer a otros partidos. Por ejemplo, programas y obras públicas para sus electorados; puestos dentro del gabinete, siempre y cuando la persona tenga un buen perfil; votos a favor de las leyes de los demás partidos; y exposición de figuras políticas de los demás partidos. Mientras tanto, en Guatemala, Semilla se desgasta por la Junta Monetaria y pierde de vista por completo el paquete de 10 leyes y reformas que acordaron con los demás partidos en enero.
“Mientras en democracias más avanzadas—al menos las no polarizadas—los partidos deben hacer concesiones en sus posturas ideológicas para llegar a acuerdos y atender a sus electorados, en Guatemala nuestra clase política no sabe hacer este tipo de negociaciones.”
Con esto, debo dar un matiz importante. El caso de Semilla es irregular porque fue víctima de un intento de golpe de Estado que, si bien fracasó en su intento de impedir la toma de posesión, fue parcialmente exitoso al suspender a la bancada Semilla. La Corte de Constitucionalidad, actualmente la mayor enemiga de la Constitución y el Estado de derecho le ha arrebatado injustamente a Semilla su capacidad de obtener comisiones de trabajo y la presidencia del Congreso. Con ello, han perdido mucho capital político. Como un flechazo en el talón de Aquiles, Semilla tampoco tiene mucho que ofrecer a los demás partidos, al menos en la arena legislativa.
En estas circunstancias, la distancia de Arévalo respecto a los acontecimientos en el Legislativo es preocupante. Comprendo que está ocupado sentando las bases de los proyectos que definirán su presidencia los próximos cuatro años, pero si desatiende la situación en el Congreso notará que pasará cada vez más tiempo tratando con crisis de allí.
Todos están aprendiendo desde cero. Y espero que Semilla aprenda su lección pronto. Sé que ya les han quitado por medio de trampas mucho de su capital político, pero tendrán que definir sus prioridades y tendrán que estar dispuestos a renunciar a cuotas de poder para avanzar su agenda legislativa. No olvidemos que de aquí a cuatro años vendrán candidatos peligrosísimos como Carlos Pineda, con un discurso político que amenaza la democracia. Además, la supervivencia de su proyecto político dependerá de su capacidad de dar resultados.