Después de los resultados electorales argentinos, en Guatemala se generó una discusión alrededor de Javier Milei y la posibilidad de que llegue a la presidencia. Muchos «liberales» guatemaltecos han puesto su fe en él, con la esperanza de ver frutos positivos con sus medidas económicas. Típicamente, cuando los liberales tropicales evalúan candidatos a algún puesto público se centran principalmente en sus propuestas de política económica. Si bien este es un aspecto crucial de política pública, rara vez consideramos si el candidato en cuestión tiene la capacidad de dialogar y negociar con otros partidos políticos para llegar a consensos. Esto parece sumamente cliché, pero creo que subestimamos el impacto político que tiene una agenda que desea transformar radicalmente el statu quo—sea esta libertaria, progresista, conservadora o socialista. La política, en esencia, consiste en llegar a acuerdos. En sociedades democráticas, donde predomina la diversidad de ideas, la importancia de consensuar es más importante todavía. Entonces, ¿qué sucede cuando un candidato con una agenda radical llega al poder?
“En sociedades democráticas, donde predomina la diversidad de ideas, la importancia de consensuar es más importante todavía.”
Hay dos trabajos en particular que nos pueden ilustrar al respecto. El primero es un clásico llamado Los peligros del presidencialismo de Juan Linz. Linz estudió el presidencialismo a fondo. En América Latina, este es el régimen predominante. Tanto el legislativo como el ejecutivo son electos popularmente. En el parlamentarismo, en cambio, la ciudadanía escoge solamente a su parlamento, pero no al primer ministro. Un problema del presidencialismo, según observó Linz, es su legitimidad democrática dual. Resumidamente, dado que tanto el Congreso como el presidente fueron electos, ambos reclaman representar la voluntad popular. Cuando el ejecutivo y el legislativo entran en confrontación, ¿quién debe ceder? En el parlamentarismo, el legislativo puede remover al primer ministro con un voto de no confianza e iniciar el proceso de conformación del nuevo gobierno. En el presidencialismo, en cambio, se necesita deponer un presidente electo y esto muchas veces lleva a un colapso del sistema político.
Es aquí donde el aporte de Sebastián Linares resulta importante. En un estudio, Linares ahondó en la capacidad de los regímenes presidencialistas de crear coaliciones en el legislativo para poder gobernar. Uno de sus hallazgos es que los presidentes con agendas radicales tienen grandes dificultades para crear coaliciones. Esto sucede especialmente en legislativos como los latinoamericanos que suelen tener muchos partidos políticos de corrientes diversas. Es sumamente difícil que el partido oficialista tenga una mayoría, mucho menos si es radical. Desafortunadamente, estas son las situaciones que mayor probabilidad tienen de devenir en una quiebra del régimen. El ejemplo más reciente de este fenómeno es el de Pedro Castillo, expresidente peruano de extrema izquierda. Su incapacidad de negociar y moderarse lo llevó a una situación insostenible con el Congreso. Lamentablemente, intentó escaparse de su situación con un autogolpe fallido.
Creo que a estas alturas queda claro por qué Javier Milei en la presidencia argentina podría causar muchos problemas. Como notará el lector, no es necesario discutir si las políticas que representan Castillo y Milei son las mejores o no. Con ver que están posicionados a un extremo y serán incapaces de crear coaliciones y consensos, ya sabemos que se encaminan a una situación inestable.