El exacerbado clima de tensión, polarización política, guerra psicológica e intranquilidad que ha rodeado el período electoral y transición de mando dejan una profunda huella en todos los guatemaltecos. Las expectativas que cada quien tiene respecto del nuevo gobierno, para bien o para mal, están altamente ligadas a todas las vicisitudes que el país atravesó durante el último año. Desde las expectativas altamente positivas de quienes se identifican con la forma de pensar del nuevo gobierno, hasta las expectativas totalmente negativas de quienes ven en el nuevo gobierno la materialización de sus peores pesadillas.
Nadie pone en duda la complicada situación política, social y económica que recibe el nuevo gobierno, sobre todo dado en lo que respecta a los niveles de corrupción, arbitrariedad, inefectividad profundamente enraizados en los tres poderes del Estado. A lo que se suma una profunda erosión institucional a todos los niveles de gobierno, producto de un prolongado y profundo proceso de cooptación del Estado por grupos con todo tipo de intereses anómalos. Sin embargo, si la natural selectividad de la memoria se hiciera a un lado, la situación que afronta la nueva administración tampoco es particularmente distinta a la que han vivido otras administraciones anteriores. Lo cual no implica negar las complicaciones particulares que tiene la situación actual, sino tratar de dimensionar desapasionadamente el tipo de desafíos que la nueva administración deberá afrontar y sus posibilidades reales de éxito o fracaso.
Sin pretender disminuir la gravedad de muchos de los acontecimientos que rodearon este proceso electoral y la asunción del nuevo gobierno, es importante evitar que las emociones y sentimientos que han rodeado este proceso sesguen en extremo, positiva o negativamente, las valoraciones de los cambios que realmente puede lograr esta nueva administración. Así como resultaría sano evitar una defensa a ultranza de todo lo que haga el nuevo gobierno, independientemente del mérito técnico y político de sus decisiones, también resultaría sano no incurrir en una oposición intransigente, en extremo crítica e impaciente. Así como no resultaría aceptable que el nuevo gobierno se victimice en exceso de la difícil situación que encuentra, tampoco sería ecuánime exigirle de más al nuevo gobierno, haciendo caso omiso de los perversos problemas que hereda de administraciones anteriores.
La nueva administración deberá hacer frente a complejos problemas que no tienen una solución inmediata y óptima; problemas que han estado siempre presente y que seguramente seguirán existiendo. Lo cual no justifica cruzarse estoicamente cruzado de brazos ante la imposibilidad de eliminarlos rápida y efectivamente; así como tampoco se justificaría soñar con soluciones mágicas a los mismos. Hay que ver el estado real de la situación y evitar idealizar la idoneidad y efectividad de las soluciones propuestas; muchos de los problemas que se tienen por delante no tienen una solución óptima, definitiva e inmediata. Aunque suene extraño, las soluciones a los mismos tienen una importante dosis de prueba y error; constante aprendizaje; y reformulación de los objetivos.
En ninguna de las áreas de política pública en las que actuará el nuevo gobierno ha existido nunca una situación ideal, a la que simplemente se deba volver para que reine nuevamente la concordia, abundancia y justicia en el país. La corrupción es uno de estos ejemplos; sería ingenuo pensar que el nuevo gobierno tiene la llave mágica para erradicar este flagelo de un plumazo; este tipo de problemas no surgieron de la noche a la mañana y tampoco desaparecerán de esa forma. Tan solo moverse en una dirección de mejora respecto de la situación actual, es ya un gran logro; evitar que la corrupción siga creciendo sería ya un gran resultado.
“En ninguna de las áreas de política pública en las que actuará el nuevo gobierno ha existido nunca una situación ideal, a la que simplemente se deba volver para que reine nuevamente la concordia, abundancia y justicia en el país.”
El grupo de ciudadanos que esperan grandes cambios del nuevo gobierno no es menor; muchos de ellos consideran que el país está a la puerta de un nuevo renacer. Para muchos de ellos se abre la puerta a una nueva primavera democrática, en donde el país tomará el rumbo que perdió hace casi ochenta años. Quienes así piensan deben tener claro que, como dijo Machado, “se hace camino al andar”; y que cuando el terreno es rugoso, empinado y peligroso, hasta el más simple paso puede resultar muy complicado y el andar lento y pausado. No reconocer esta realidad y dar paso a un optimismo desbordado acerca de las posibilidades reales de cambio es lo que menos necesita la nueva administración. El desencantó y frustración ante la ausencia de cambios profundos e inmediatos solamente haría aún más la difícil tarea que tiene la nueva administración por delante. Otra fracción importante de la población votó por esta opción para evitar que una peor llegara al poder. Tales votantes, probablemente, no esperan nada del nuevo gobierno y mientras la situación actual no se agrave, estarán satisfechos. Algunos de ellos, después de todo lo vivido, probablemente le dan hoy la ventaja de la duda al nuevo gobierno y están dispuestos a ser pacientes y tolerantes siempre y cuando existan señales claras y creíbles de cambio.
Debe reconocerse que buena parte de los problemas existentes son producto de un largo y profundo proceso de deterioro institucional, legal, moral, político y social que no se puede revertir de manera instantánea. Deben pues, las nuevas autoridades, modular las expectativas de la población y evitar triunfalismos innecesarios. La “Ciudad del Sol” no está a la vuelta de la esquina; el nuevo gobierno debe concentrar sus fuerzas en unas cuantas prioridades, en lugar de dispersarse en una multiplicidad de objetivos, tareas y proyectos.
“Debe reconocerse que buena parte de los problemas existentes son producto de un largo y profundo proceso de deterioro institucional, legal, moral, político y social que no se puede revertir de manera instantánea.”
En un período presidencial difícilmente pueden lograrse todos los cambios que el país necesita, pero pueden dejarse sentadas las bases en áreas prioritarias. El nuevo gobierno no la tiene fácil, sin embargo, tiene en sus manos la oportunidad para retomar el rumbo e iniciar algunos cambios profundos en áreas clave.
Continuar con la confrontación que se ha vivido en el pasado reciente es un juego de suma negativa: todos pierden a largo plazo. La guerra de desgaste de los últimos meses no garantiza la victoria a nadie; solo contribuye a profundizar el deterioro institucional y a reducir aún más, la ya disminuida, capacidad del sector público. Debe evitarse que el conflicto de estos últimos meses y la extrema polarización se siga robando la atención de los actores estratégicos de la escena nacional, de manera que no quede espacio alguno para abordar los temas torales que se necesitan para salir adelante y el país termine por sumirse en el caos y la destrucción.