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Perdieron la oportunidad, luego los guillotinaron
José Luis Moreira
Artículo originalmente publicado en EP Investiga el domingo 10 de mayo de 2024.
La materialización de las posibilidades políticas que ofrecía el proyecto de la Revolución se dio hasta en agosto de 1792, y no en 1789. No fue con la caída de la Bastilla, fue con la rendición del Palacio de las Tullerías.
La monarquía constitucional que se estableció en Francia en 1791, después de los eventos de la toma de la Bastilla y la apertura de la asamblea nacional constituyente, se caracterizó por ser un régimen político extremadamente inestable e incapaz de responder a las demandas populares de ese momento. La protección de ciertas prerrogativas del rey, notablemente el derecho a veto, generó un clima de parálisis política y exacerbó las tensiones populares. El rey vetaba disposiciones populares de la legislatura, incluyendo la persecución de nobles prófugos y el establecimiento de cuarteles de milicias provinciales para la defensa de París. Estas tensiones populares condujeron a los eventos de agosto de 1792, donde se puso un primer fin a la monarquía y al surgimiento de una nueva era en Francia.
Ese día, las masas parisinas, alimentadas por el fervor revolucionario y el descontento popular, irrumpieron en el Palacio de las Tullerías, el último bastión de la autoridad monárquica. La Guardia Suiza, leal al rey Luis XVI, luchó contra contingentes de milicias voluntarias y sans-culottes, pero fueron abrumados por la magnitud de las multitudes. Luis XVI se ocultó en la Asamblea Legislativa y eventualmente firmó su rendición.
El derrocamiento de la monarquía marcó un punto de inflexión en la Revolución Francesa, abriendo paso a la relevancia nacional política de la facción girondina. En la cultura popular, a menudo se opone a los girondinos contra los jacobinos robespierristas en términos ideológicos, tachándolos de conservadores y monárquicos. Si bien fue Robespierre quien eventualmente los liquidó, los girondinos representaban una facción que abogaba por lo que en esa época también era radical: eran antimonárquicos y republicanos, se oponían al uso populista de la religión (como sí lo favorecía Robespierre), se oponían a los privilegios hereditarios defendidos por realistas, buscaron la constitucionalización de los derechos individuales y abogaban por la educación universal y cívica como defensa del orden constitucional republicano. Los girondinos contaban entre sus filas a intelectuales prominentes como Thomas Paine (enemigo del ultraconservador Edmund Burke), el brillante Marqués de Condorcet, y el abolicionista de la esclavitud Jacques Pierre Brissot. La facción girondina era la encarnación política de los ideales más nobles de la emancipación ilustrada. Después de la caída del Rey tuvieron la oportunidad de oro, si bien circunstancial, de encabezar el gobierno de la nueva República.
En septiembre de 1792, la Convención Nacional, una nueva asamblea legislativa, fue electa en sufragio universal (masculino) por iniciativa de los girondinos, un hecho inédito en la historia política del país. A pesar de que los girondinos no fueron la facción con el mayor número de diputados, ejercieron una influencia considerable en la Convención, lo que les permitió encabezar puestos ejecutivos de gobierno. No obstante, la influencia de los girondinos no duró siquiera un año y su derrota política y asesinato fue una de las tragedias más grandes de la Revolución, ya que dio pasó a la primera traición de los ideales revolucionarios: el Terror. Sus errores ofrecen ciertas lecciones para el político bienintencionado.
Cuando asumieron el poder los girondinos, el panorama doméstico era complicado. La amenaza de la invasión extranjera, la inflación, la escasez de alimentos y la presión de los enemigos internos planteaban desafíos urgentes para la nueva república. En medio de la crisis, surgieron tensiones entre los girondinos y otras facciones más radicales, como los jacobinos, quienes abogaban por medidas más violentas y virulentas.
Aquí uno de los primeros errores de los girondinos: no saber lidiar con la oposición de minorías organizadas. En ese periodo los girondinos tuvieron múltiples oportunidades de sepultar a la oposición, que en ese momento era conducida por infames jacobinos como Robespierre y Marat. De estas encrucijadas, resalta el juicio político contra Marat en abril de 1793. Jean-Paul Marat, popular periodista e incitador a la violencia, fue sometido a un juicio político por parte de la Convención cuando circuló un texto donde Marat llamaba abiertamente a un golpe de Estado contra la Convención Nacional, acusándolos de contrarrevolucionarios y cómplices con nobles extranjeros. La Convención votó su orden de captura con 226 votos a favor y 93 en contra. Eventualmente Marat fue arrestado el 23 de abril de 1793. Los girondinos, en cierta medida fieles a su vocación democrática, fueron incapaces de operar políticamente la condena de Marat, y Marat fue liberado al día siguiente, al ser absuelto por el tribunal revolucionario. Hasta su asesinato en julio, Marat se consolidó como uno de los enemigos principales de los girondinos y, a través de su pluma, siguió minando la credibilidad del gobierno republicano girondino. Paradójicamente, fue Marat mismo quien presidió la Convención cuando se ordenó purga ilegal y arresto de 22 destacados diputados girondinos en junio, que dio paso al golpe de Estado de Robespierre y el inicio del Terror. Los diputados girondinos fueron guillotinados en octubre. Treinta y seis minutos duró la ejecución de los 22. ¡Las venganzas que pueden cobrar los enemigos antidemocráticos cuando no se les liquida!
Por otra parte, los girondinos tampoco supieron manejar en su favor las presiones populares, un segundo error. Intelectuales antimonárquicos pero aburguesados en fin, no supieron empatizar y proporcionar soluciones a la crisis económica sufrida por los estratos sociales más desfavorecidos. Esto favoreció la radicalización de las masas y el ensanchamiento de sus bases populares. Por ejemplo, uno de los temas más controvertidos que dividió a la Convención fue la cuestión de los controles de precios. Con la economía francesa tambaleándose bajo el peso de la guerra y la inestabilidad política, la cuestión de cómo abordar la escasez de alimentos y la inflación se convirtió en un punto de discordia entre los girondinos y los jacobinos. Mientras que los jacobinos abogaban por controles de precios estrictos y medidas intervencionistas para proteger a los más vulnerables, los girondinos se mostraban reacios a adoptar medidas tan drásticas, temiendo las posibles consecuencias para la economía y la libertad individual, sin proponer medidas concretas que resolvieran la crisis en el corto plazo.
A medida que la situación en Francia se volvía cada vez más volátil, la lucha por el control de la Convención se intensificaba. Los girondinos, con su enfoque más moderado y su resistencia a los controles de precios, se encontraban cada vez más aislados y en desventaja frente a los jacobinos y otros elementos radicales que ganaban terreno en la política francesa.
Los escasos momentos donde los girondinos ideaban una verdadera “estrategia política” su ejecución era extremadamente pobre y desorganizada. Empujaron vigorosamente la declaratoria de guerra a las coaliciones extranjeras monárquicas, pero no tenían conocimiento alguno en la conducción de campañas militares. Eran republicanos, pero se vieron “tibios” en el juicio contra el rey Luis XVI, que fue condenado y guillotinado. Alienaron a la población.
“Los escasos momentos donde los girondinos ideaban una verdadera ‘estrategia política’ su ejecución era extremadamente pobre y desorganizada.”
Los continuos errores políticos de los girondinos abrieron el campo al golpe de Estado de Robespierre en junio de 1793 que marcó el fin de su influencia política y el ascenso al poder de los jacobinos y otros radicales. Con los girondinos purgados de la Convención y sus líderes encarcelados, exiliados o guillotinados, los jacobinos tomaron el control absoluto del gobierno, estableciendo un régimen radical que pronto se sumergiría en el caos y la represión del Terror.
Para los girondinos, el golpe de Estado de Robespierre fue el epítome de su fracaso político y el trágico fin de sus aspiraciones de una República moderada y estable. A pesar de sus esfuerzos por resistir la marea del radicalismo, los girondinos fueron barridos por sus errores políticos. Los errores políticos de los girondinos sepultaron iniciativas nobles e importantes, como su proyecto constitucional dirigido por Condorcet, que era una tentativa radical de establecer un sistema político basado en los principios de la democracia, la igualdad y los derechos individuales. Para los girondinos, no aprovechar su oportunidad les implicó la cárcel, el exilio o la guillotina.