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Macron, salto al vacío
Rafael Paiz Conde
Artículo publicado originalmente en EP Investiga el domingo 30 de junio de 2024.
El pasado 9 de junio se celebraron las elecciones europeas. En Francia las mismas tenían sabor a plebiscito. La coalición del candidato de derecha soberanista, apoyado por el R.N. de Marine Le Pen, le duplicó en votos, obteniendo el 31%. Ante este resultado, pese a haberlo negado en múltiples ocasiones, el presidente disolvió la Asamblea Nacional.
Aunque legal, no es común que un presidente haga esta maniobra. Sin embargo, en Francia es una medida excepcional que la Constitución de 1958 le otorga al Jefe del Estado para garantizar la estabilidad política. Esta medida tiene sus orígenes, al igual que muchas de las instituciones republicanas de esa nación, en la Constitución, llamada del año X, promulgada por Napoleón en 1802.
La medida fue utilizada, en varias oportunidades durante la restauración Borbónica (1814-1830), para mantener el régimen parlamentario. Sin embargo, cuando Carlos X lo hiciera dos veces en menos de un año, para negarle a la mayoría electoral acceder al poder, se desvirtuó la figura. Ante este abuso por parte del rey, el pueblo se sublevó y derrocó al último de los Borbones franceses.
Tras la caída de Napoleón III en “La Debacle” de Sedan en 1870, ya durante la 3ª República, esta prerrogativa presidencial se elimina por más de setenta años. Tildada de incompatible con los principios republicanos, al ser considerada una norma que le permite a una persona imponerse sobre la voluntad popular. Será hasta 1945 que este privilegio regrese de derecho. Sin embargo, lo complejo de su aplicación lo vuelve inviable en la práctica.
La 5ª República nace en un momento sumamente complicado para Francia. Dos fenómenos influyen directamente, el colapso del Imperio Colonial Francés y el agotamiento del sistema parlamentario multipartidista. Durante trece años veinticuatro coaliciones de gobierno reflejaron la inestabilidad parlamentaria. Es así, como la figura providencial del Gral. De Gaulle, reaparece en 1958, para restablecer el orden.
“Durante trece años veinticuatro coaliciones de gobierno reflejaron la inestabilidad parlamentaria.”
De Gaulle no oculta su interés por refundar su nación en un régimen presidencialista. Su desprecio por el parlamentarismo multipartidista era evidente. Llegando a decir en múltiples ocasiones que: “el régimen de los partidos es un desastre”. Esto le granjea acusaciones de autoritario. Sin embargo, un electorado que anhelaba el orden y el progreso confió en él y su proyecto.
Mitterrand por su parte, agrio crítico de los amplios poderes presidenciales que la Constitución le otorgaba al Jefe del Estado en 1958, se acomodó a ellos. Disolviendo la Asamblea Nacional en dos ocasiones durante su mandato. Obteniendo su partido cómodas mayorías en la Asamblea Nacional.
Caso contrario ocurrió cuando Chirac lo hizo en 1997. Gozando de mayoría parlamentaria decide la disolución contra todo pronóstico. La medida juzgada electoralista por la población tuvo resultados desastrosos. Viéndose obligado a nombrar al líder socialista Jospin como Primer Ministro. Desde esa fecha, quizás por la reducción del periodo presidencial de siete a cinco años, no se había recurrido a esta drástica medida.
Los franceses hoy se ven obligados a acudir a las urnas nuevamente ante el cierre de la Asamblea planteado por Macron. Desde su reelección en 2022 su gestión ha sido inestable y ha tenido que cambiar a tres primeros ministros. En las últimas elecciones legislativas de junio de ese año su partido perdió la mayoría parlamentaria debiendo recurrir a coaliciones y alianzas coyunturales con otros partidos. Así como, a imponerse por la vía del decreto para gobernar. Lo que lo ha vuelto impopular.
“Los franceses hoy se ven obligados a acudir a las urnas nuevamente ante el cierre de la Asamblea planteado por Macron. Desde su reelección en 2022 su gestión ha sido inestable y ha tenido que cambiar a tres primeros ministros.”
Los resultados del 9 de junio vienen a consolidar la racha positiva del partido RN de Le Pen, en este tipo de escrutinios a una vuelta y por listados. Que, sumado a otras agrupaciones afines alcanza más del 40 por ciento de las intenciones del voto. Es evidente que, pese a que sus rivales la acusen de ser líder de un movimiento marginal de extrema derecha, para alcanzar estos niveles tuvo que recibir el apoyo de votantes de la derecha tradicional y republicana. Así como, de muchos de los que se sienten desheredados del sistema o excluidos de los beneficios europeos.
Es posible que Macron haya recurrido a la disolución, un verdadero salto al vacío, esperanzado en revertir la creciente tendencia de Le Pen. A diferencia de la votación europea, esta es una elección de nivel nacional, con candidaturas uninominales y a dos vueltas. En estas condiciones espera contener al RN y sus aliados. Esta es una obra que se juega en tres actos: disolución de la Asamblea Nacional, Elecciones Legislativas a dos rondas y nombramiento de un nuevo Primer Ministro. De momento faltan dos actos para que caiga el telón.
¿Somos todos los guatemaltecos indígenas? Y ¿hay que cortarles la cabeza a todas estatuas de la avenida de La Reforma y de Las Américas?
Javier Calderón Abullarade
Artículo originalmente publicado en EP Investiga el domingo 23 de junio de 2024.
Tengo dos semanas sin entender cuál es el punto de los artículos de Rigoberto Quemé Chay sobre la historia y memoria de Guatemala, desde su perspectiva de anticolonialismo. Mi deseo de leerlo era encontrar inspiración para repensar el punto de vista y la epistemología desde la cual hacemos historia en Guatemala, pero, aunque estoy en gran medida de acuerdo con su crítica sobre la historia oficial del país, su falta de propuesta me hace sentir que su propuesta está truncada.
Por ello no había escrito sobre el tema y, aunque todavía no tengo claro qué es lo que quiero decir, me parece importante compartirles algunos puntos que pienso que nos pueden ayudar a desarrollar una historia nacional que nos permita entendernos de forma más profunda y compleja y que nos de luces sobre las causas existenciales de nuestra generalizada insatisfacción con la forma en que estamos organizados y con los resultados de esta organización. Dicho esto, no creo que esta lista que escribo a continuación sea una crítica o respuesta a la crítica de Rigoberto, sino más bien una expresión de la inspiración que me generaron sus ideas.
No podemos comprender el funcionamiento de un bosque, si solo estudiamos a sus pizotes. La mayoría de los escritores de la historia nacional son hombres “blancos” u “occidentales” – ¿cuál es la categoría adecuada? – que escriben sobre hombres como ellos y para hombre como ellos. Y aunque no veo un problema con este enfoque, siempre y cuando las historias estén bien fundamentadas, es decir que tengan evidencias comprobables, éstas obvian, silencian o reducen el papel de las otras tres partes del país y tienden a presentarlas como víctimas pasivas de los conquistadores, colonizadores, “colonizadores”, capitalistas, “capitalistas”, políticos u otros hombres occidentales (¿?).
Tal vez por esto en los quetzales los retratos son solo de hombres blancos, porque ya ni Tekún Umám sale en la moneda nacional. Pero, este tipo de historia no nos permiten conocer la historia completa y compleja de cómo 1) los indígenas, 2) las mujeres y 3) los ladinos, y sus intersecciones, han jugado un papel activo en la construcción del o reacción ante el Estado nacional.
¿Quién no se ha comido una tortilla o tomado una Coca Cola? Un deseo importante de las élites políticas y económicas de Guatemala ha sido integrar a los mayas a sus modelos europeos modernos y los mayas, muchas veces, han reaccionado ante esa intención. Sin embargo, la limitante del pensamiento marxista anticolonialista o de-colonialista es que asume que toda relación social entre personas distintas es de lucha. Ahora, es cierto que debemos de estudiar la reacción y lucha de los indígenas, mujeres y ladinos contra el deseo de los “grandes hombres blancos” por subsumirlos y controlarlos dentro de sus estructuras simbólicas y materiales. Pero usar este enfoque de forma exclusiva o principal silenciaria el papel de estos grupos como líderes o co-creadores del Estado nacional.
Además, este enfoque presupone que ambos agentes tienen características identitarias exclusivas y excluyentes y que en quinientos años de historia nunca se han influenciado mutuamente. Ello sería equivalente a decir que en Guatemala no existen los ladinos o mestizos, sino solo indígenas y criollos; que todo lo que aprendimos en la vida nos fue enseñado o solo por hombres o solo por mujeres; y que nuestro comportamiento y cultura viene sólo de Europa o solo de los mayas, pero ¿quién no se ha comido una tortilla o tomado una Coca Cola?
¿Somos indígenas, criollos o ladinos? Somos todo a la vez. De la misma forma que partes importantes de la cultura indígena se han desarrollado como rechazo, cooperación o sincretismo con la cultura occidental, la cultura occidental guatemalteca se ha formado en rechazo, cooperación o sincretismo con la cultura indígena. Con ello ni quiero negar la existencia de nuestras diferencias, la cuales son evidentes en distintos niveles y grados. Pero sí quiero enfatizar que también es importante conocer nuestras intersecciones y tipos de interacciones. Es decir, ¿cuáles han sido las historias de las mujeres indígenas de clase baja del país y cómo estas historias han sido similares o diferentes a las de sus contrapartes ladinas? ¿Cuáles son las historias de los hombres indígenas de clase alta y cómo sus vidas han diferido de sus contrapartes de clase baja? ¿Cuáles son nuestras estructuras de valores y principios éticos y en qué momentos estos han chocado, sustituido o complementado? ¿Cómo podemos estar seguros de que somos de “razas puras” si nunca hemos estudiado estos momentos y tipos de encuentros? ¿Por qué estamos tan seguros de que somos dos entidades distintas y en eterna lucha si tenemos quinientos años de convivencia? Y de allí surge mi pregunta de cómo calificar o conceptualizar al hombre “blanco”, “occidental”, o “europeo”. Él tampoco sabe cómo categorizarse y por eso por mucho tiempo en nuestras encuestas nacionales se le llamó no-indígena.
Pero, como decía Humberto Ak’Abal, mientras que los indígenas saben quiénes son y conocen sus raíces, los ladinos se han definido en contraposición a los indígenas y, por tanto, su identidad no tiene un contenido concreto. Yo no creo que sea del todo cierto que ladinos y criollos no tengan un contenido identitario definido, más bien creo que si exploramos a profundidad vamos a encontrar, que en mayor o menor medida, todos somos indígenas.