Plumazos del domingo 10 de diciembre de 2023
Apuntes de política y cultura de José Rolando Gálvez y Rafael Paiz Conde.
Es un momento difícil para estar en la industria del periodismo. Actualmente se están llevando a cabo despidos masivos en muchos medios de comunicación financiados por corporaciones, y hay más en camino.
La única razón por la que podemos mantenernos a flote en tiempos difíciles es porque somos una publicación financiada por lectores. Pero eso significa que necesitamos un flujo constante de lectores que sean financieramente capaces de dar un paso al frente y apoyarnos; de ahí estas molestas llamadas de financiación.
Así que aquí estamos, recordándoles una vez más que las suscripciones anuales están a su disposición. Si valora nuestro trabajo y tiene los recursos adicionales, esperamos que considere unirse hoy.
Plumazos aglutina las voces guatemaltecas que producen análisis crítico. Conoce más sobre los columnistas de opinión en nuestro website. No te pierdas ninguna actualización y apúntate al boletín semanal que te llegará a tu bandeja de entrada todos los domingos.
Educación, Atrincheramiento y Praxis: El Dilema del Ideólogo Populista
José Rolando Gálvez
El bullicio de los estudiantes comentando la fiesta del día anterior o los dramas de romances universitarios no callaba. Repentinamente, entró el catedrático. Un silencio penetrante invadió el aula. La clase sería sobre pensamiento económico y filosófico de Hayek. El catedrático, hablaba del economista como uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Le presentaba como un filósofo infalible. Enseñaría sobre la libertad, el individualismo, la propiedad privada y el resto de las coplas que repiten los ideólogos de corrientes austriacas. El maestro condenaría el Keynesianismo intervencionista como uno de los peores males sociales de distintas macroeconomías mundiales, sin realmente profundizar sobre él. El apego radical a esta ideología, fuera de ser convincente, generó más sospechas que explicaciones que, si bien tenían algo de lógica, eran incompletas. No existía el contraste con argumentos serios y eso motivó un sano escepticismo en la audiencia. Suficiente fue la imposición del adoctrinamiento Hayekiano, para que uno de los estudiantes, al semestre siguiente, continuara la carrera en otra casa de estudios, migrando al norte, a una universidad estadounidense en la que ensañaban la economía y la política a través de la comparación y discordancia entre perspectivas alternativas: una educación más holística.
En Estados Unidos, ingresó primero a una clase sobre Marxismo. El individualismo se reemplazaría por el colectivismo, la libre acción humana por el proceso histórico, la lógica por la dialéctica, y la eficiencia por la justicia social. Las lecturas revelarían cómo la mala distribución de activos también coerce y arriesga la libertad, tan central en la ideología Hayekiana que parece olvidar cobardemente la mención de monopolios y su efecto pernicioso en la sociedad. El lente con el que el estudiante vería al mundo cambiaría de colores, y con esto, sus creencias sobre lo social. También reconocería el adoctrinamiento en estas formas de ver el mundo. Los ideólogos de izquierda también son apasionados y cerrados. También se obsesionan con defender la igualdad social dentro de un estado de bienestar. Sin embargo, el alumno podría generar respuestas más completas a problemas concretos y enfocarse en la calidad de ideas, más allá de quién las propuso. Esto es consistente con el fin último de una educación verdaderamente liberal: conocer de varias posturas para poder aplicarles apropiadamente según el contexto. En el mundo real, tanto la productividad y la libertad son importantes, como la justicia, la inclusión y la apropiada distribución de activos, ya que los mercados fallan, los estados también y la verdad no es absoluta, particularmente en lo político y lo económico.
“Sin embargo, el alumno podría generar respuestas más completas a problemas concretos y enfocarse en la calidad de ideas, más allá de quién las propuso.”
Todos, en algún momento, ya sea por educación, adoctrinamiento, conveniencia o simple y burda comodidad, nos hemos apegados a ideologías: conjuntos de creencias atribuidas al pensamiento de alguien en la historia. Todos hemos, en algún momento, asumido algún pensamiento como verdadero aún si este está desapegado de la realidad. Debemos mantener una sana crítica a estas creencias. Las posiciones no deben ser juzgadas por su pureza moral o su apego a modelos de organización social impuestos en otros contextos y tiempos. En la actualidad, ante el escenario de la desesperanza social y la desinformación, la falta de cuestionamiento es aprovechada por radicales populistas que, cual sofistas, proponen y prometen que su manera exclusiva de ver el mundo resolverá todos los problemas sin mayor evidencia. Consecuentemente, no logran alcanzar a través de sus prácticas mejoras sociales y económicas genuinas. Estas narrativas propician el tribalismo y el resentimiento que confunden y llevan a sociedades enteras a elegir demagogos a ejercer el poder político. Los noticieros, los políticos, los analistas y algunos académicos tienden a propiciar el atrincheramiento de ideas y olvidan que la verdad no es definida por lo que creemos o lo que percibimos.
Mientras que los problemas y necesidades sociales sean reales, la efectividad de una correcta administración se debe medir a través de cómo se resuelven y atienden; Es decir, debemos definirnos por lo que hacemos. Es por lo mismo que el pragmatismo de cierto tipo de pensamientos y métodos han hecho que persistan de forma sostenida en el tiempo. La incapacidad de teorías en volverse prácticas en el tiempo les destruye. En la batalla económica, por ejemplo, sabemos que el pragmatismo Keynesiano en materia de cómo administrar una banca central en una economía, por mucho superó a las propuestas puristas de Hayek o los ideales de Marx. Ese proceso dinámico e incómodo en el que se prueba la teoría frente a lo posible y lo asequible va más allá de la seguridad que una ideología cerrada, terca y retrógrada pueda proveer.
“Mientras que los problemas y necesidades sociales sean reales, la efectividad de una correcta administración se debe medir a través de cómo se resuelven y atienden; Es decir, debemos definirnos por lo que hacemos.”
En muchos países, hoy se juzga y elige a líderes por sus creencias ideológicas. Esto es incorrecto e innecesario. No necesitamos evaluar estas propiedades. Hacerlo es contraproducente. Lo que más necesitamos es evaluar la capacidad de líderes en brindar soluciones concretas a problemas complejos. De no hacerlo, observaremos como muchos países caen, cual presa fácil, ante las fauces del populismo autoritario que, por purista y ambicioso, rara vez resuelve respetando la voluntad de la ciudadanía. Tanto de izquierda como de derecha, ya existe evidencia sobre el fracaso rotundo del populismo caudillista. El dilema del ideólogo populista es no aceptar que la complejidad del mundo va mucho más allá de la simplificación exclusiva que su mente comprende. El ideólogo populista busca concentrar el poder, independientemente si es a través de monopolios o del estado, y esto, siempre le corromperá.
Hoy, muchos de los problemas que tenemos necesitan soluciones prácticas y típicamente técnicas que son independientes a las creencias o ideologías de un grupo. Hoy, el alumno ya es un profesional, y ya no pregunta ¿en qué cree el líder nuevo? Hoy, gracias a su exposición a ideas diferentes, reconoce que eso es irrelevante. Hoy reconoce lo limitante que es el apego a una sola manera de pensar. Hoy, el profesional cuestiona ¿Este líder qué ha hecho? ¿Qué ha logrado? ¿Qué logrará hacer en sus primeros cien días en el poder si le dejamos actuar? Hay que olvidar el insulto y la persecución, y apostarle a respetar la pluralidad en formas de pensamiento, pero sin perder de vista la praxis. De esta manera, podremos, de hecho, enfocar nuestras elecciones y esfuerzos en el mejoramiento de condiciones sociales de ciudadanos honestos y productivos.
“El ideólogo populista busca concentrar el poder, independientemente si es a través de monopolios o del estado, y esto, siempre le corromperá. Hoy, muchos de los problemas que tenemos necesitan soluciones prácticas y típicamente técnicas que son independientes a las creencias o ideologías de un grupo.”
Napoleón, el estadista
Rafael Paiz Conde
El 2 de diciembre de 1805 se libraba en Austerlitz (la presente República Checa) una de las batallas más importantes de la historia. El clima gélido era marco para enfrentar a los tres emperadores más poderosos de Europa. Francisco de Austria, aliado al Zar Alejandro, medía fuerzas contra Napoleón. Los dos primeros representaban las ideas del viejo orden, el francés lo hacía con las del nuevo.
Hace un par de semanas se estrenaba la película del director británico Ridley Scott, “Napoleón”. La crítica ha sido vehemente y encontrada. La mega producción sufre evidentes errores históricos. Se debe tener claro que no es un documental; y siendo el personaje histórico tan monumental no hay una única obra que pueda abarcarlo. Sin embargo, es imperdonable que se haya presentado a Bonaparte con características que evidentemente distorsiona las cualidades que un líder de su nivel tuvo.
El Emperador de los franceses es figura clave para entender a Europa. Desde hace 225 años su personalidad está salpicada de polémica todo lo que se relaciona con él. Es impresionante que alguien nacido en Córcega llegara a ser el emperador de Francia y dominara a Europa. Esto solo pudo ocurrir con la combinación de talento, fortuna y los cambios sociales emanados de la Revolución Francesa.
Bonaparte, como César, también atravesó su Rubicón. Su ascenso meteórico inició en la campaña de Italia, donde, con un discreto ejército, en 13 meses, logró derrotar a austriacos, napolitanos, venecianos, ingleses y pontificios. Con tan solo 28 años, funda dos repúblicas, firma la paz con Austria en Campo-Formio y obtiene los Países Bajos y el Piemonte para su país, comenzando a mostrar allí sus dotes de estadista. Pacifica la región y recauda impuestos; pero como él mismo diría: “la pera aún no estaba madura” tendría que esperar el calor africano para estarlo.
En 1798 zarparía con sus fuerzas armadas y un ejército de científicos rumbo a Egipto. Al igual que Alejandro Magno y Julio Cesar, fue al pie de las cuarenta veces seculares pirámides que Bonaparte se consagraría. Tomó el control de Egipto y lo administró de forma absolutista. Abrazó las costumbres del islam e incluso se hizo llamar hijo de Ali. Militarmente el desenlace de la campaña fue negativo, pero de allí, sustentado en la propaganda que él enviaba a Francia, saltó al poder. En palabras de Víctor Hugo, “Ya Napoleón trascendía a Bonaparte”
La fama le acercó a círculos políticos. Intuitivo, notó el agotamiento del modelo del Directorio y da un golpe de estado, el del 18 de Brumario del año VII. Instala el Consulado, gobierno en triunvirato al estilo romano, primero con Sieyès y Ducos y luego junto a Cambaceres y Lebrun. Sin embargo, siempre lo presidió él como Primer Cónsul. Un lustro después por plebiscito es electo emperador el 2 de diciembre de 1804. La Ceremonia fue en Notre Dame en presencia del Papa y el mismo se impuso la corona imperial exclamando “no sucedió a Luis XVI sino a Carlomagno”.
Durante los 15 años que gobernó la guerra por el control de Europa fue constante. Obtuvo victorias espectaculares como Austerlitz, Jena, Wagram o Borodino. Las derrotas, aunque menores en número, sellaron su destino. Los desastres de España, Rusia y Waterloo lo apartaron del poder, terminando sus días exiliado en Santa Helena. Durante sus campañas se estima que cuatro millones de personas murieron. Sin embargo, su legado más importante fue su aporte en la creación de las instituciones del estado moderno.
Su reforma educativa, la primera que se tenga conocimiento, logra ocuparse de los tres niveles de educación y sentó las bases de la meritocracia. Responsabilizando al municipio de la escuela primaria, y al estado central de la secundaria creando los Liceos. Reapertura la Universidad, cerrada por la Convención en 1793, encargándose la educación superior al Estado, pero gozando de gran autonomía de los ministerios. Junto a esto, se profesionalizó el ejército con la fundación de la escuela militar de Saint-Cyr.
“Su legado más importante fue su aporte en la creación de las instituciones del estado moderno.”
En materia legislativa, impulsó la codificación. De esta cuenta, la promulgación de las Constituciones del año VIII y del Año XII, el Código de comercio, pero especialmente el Código Civil son su gran legado. Este último, inspirado en el Corpus Iuris Civilis Romano, aún vigente en Francia. El mismo sirvió de ejemplo para muchos países europeos y prácticamente toda Latinoamérica.
Para el buen gobierno y cuidado del patrimonio público estableció la Corte de Cuentas y la Inspección de Fianzas. Por su parte con las prefecturas el estado tendría a un representante en cada departamento, volviendo más ágil y accesible la administración. El Consejo de Estado aseguró la redacción de las leyes que contenían las reformas administrativas y sirvió como asesor jurídico del gobernante. La fundación del Banco de Francia permitió, junto al Franco Germinal, poner orden luego de años de caos y crisis en materia económica. Sumado a esto construyó grandes obras de infraestructura.
Es justo reconocer que sin Napoleón las ideas revolucionarias de 1789 no se hubieran podido consolidar. Siendo uno de los personajes más complejos de la historia todo a su alrededor desata pasiones. Al igual que el emperador Augusto, logró reformar y modernizar el estado anclándose en varias instituciones del antiguo régimen. Gran conocedor de la historia sabía que el primer emperador romano lo había logrado apoyado en la propaganda y venderle al pueblo la idea de un pasado glorioso como motor de un futuro de grandeza.
“Es justo reconocer que sin Napoleón las ideas revolucionarias de 1789 no se hubieran podido consolidar. Siendo uno de los personajes más complejos de la historia todo a su alrededor desata pasiones.”
Con un sentido de la oportunidad, talento y esfuerzo pudo, en esas condiciones, llegar de la nada a la cúspide. Su figura e ideas han inspirado a muchos. Con la caída de Napoleón se perdió la última oportunidad de tener un Imperio latino-mediterráneo hegemónico. Luego de Egipto, Cartago y Roma en la antigüedad o Portugal y España en los siglos XV al XVIII. A partir de 1815 la Historia ha sido británica y norteamericana y se escribe en inglés.