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Guatemala alcanza la gloria en París
Rafael Paiz Conde
Artículo publicado originalmente en EP Investiga el domingo 18 de agosto de 2024.
El pasado domingo se terminaron los Juegos Olímpicos de Paris. “El Genio de la Libertad”, ese ser mitológico dorado que representa en forma masculina la emancipación, descendió por unos instantes de su “Columna de Julio” en la Plaza de la Bastilla. Esto, con el fin de presidir la ceremonia de clausura y pasarle la estafeta, como sede en 2028, a la Ciudad de los Ángeles. De esta forma se culminó la XXXIII Olimpiada de la Era Moderna. La ciudad luz volvía con este artístico epílogo a la normalidad.
Los juegos iniciaban en un ambiente político y social tenso. La nación gala no se sobreponía aun del shock de los resultados de las elecciones europeas, ni de los derivados de la disolución de su Asamblea Nacional. El presidente, en este contexto, decidió posponer el nombramiento de su Primer Ministro hasta después del 23 de agosto. Por lo que existió de hecho un vacío que generaba un eventual riesgo durante el desarrollo de la actividad deportiva.
La ceremonia inaugural se realizó el 26 de julio bajo un fuerte temporal, fenómeno inusual para la temporada estival. Parecía así, que Zeus confirmaba los vaticinios agoreros de los opositores de Macron. Al igual ediciones anteriores, ésta sería vista por casi dos mil millones de personas alrededor del mundo. Además, sería aprovechada como vitrina para que Francia mostrara a los cuatro puntos cardinales lo mejor de su cultura y sus valores.
En esta ocasión, el tradicional desfile de los atletas no se llevó a cabo en un estadio sino en barcas por el Sena. La ciudad luz y sus lugares emblemáticos sirvieron de cuadro ideal para que lo más granado del deporte mundial fuera admirado. La ceremonia fue grandiosa y los organizadores ofrecieron un espectáculo de primera. Brindando momentos realmente conmovedores y sublimes. Sin embargo, la misma no estuvo exenta de críticas.
Ya que si bien los valores occidentales de tolerancia y libertad, que se enaltecieron durante la misma, son totalmente compatibles con los principios olímpicos; los organizadores, quizás debieron recordar que este era un espacio neutral. En el cual se buscaba armonizar por medio del deporte las relaciones entre distintas naciones y culturas. De esta cuenta, hubo un par de innecesarias escenas que pudieron ser chocantes para algunos, llegando a tener que ser censuradas en ciertos países del medio y extremo oriente.
Los comentarios negativos fueron, como correspondía, eclipsados rápidamente; conforme las noticias, de lo realmente valioso, comenzaron a llenar los cables de la prensa internacional y saturaron a las redes sociales. Los resultados de las proezas y hazañas deportivas tomaron su natural protagonismo. El mundo entero pudo disfrutar fascinado como los atletas con su esfuerzo cumplieron los ideales del Barón de Coubertin: “Citius, Altius, Fortius”.
En el medallero general desde un inicio se reflejó de manera deportiva, al igual que las ediciones anteriores, la rivalidad entre las grandes potencias económicas y militares del orbe. La lucha por dominarlo fue entre dos: China y los Estados Unidos. Quienes reflejaron en las canchas dos formas distintas de concebir el mundo. Las dicotomías de Oriente-Occidente, de estatismo-libre mercado, de autoritarismo- democracia se vieron reflejadas. Al final empataron con cuarenta preseas de oro. Pero los americanos los superaron con treinta y cinco medallas más de los otros metales. Sin lugar a duda, la ausencia de la sancionada Rusia, histórico protagonista, fue evidente.
Es imposible negar que en el resultado general del medallero existe una correlación entre capacidad económica y desempeño deportivo. De los 10 primeros lugares todos pertenecen a las naciones más prósperas del planeta. Poniendo de manifiesto que Los Juegos Olímpicos siempre son tribuna propicia para manifestar el desarrollo de los países y el éxito de su modelo social. Ante esta realidad, la delegación guatemalteca se erguía cual David ante Goliat.
La primera medalla fue de bronce, obtenida por Jean Pierre Brol. El tirador nacional logró emocionar a muchos al ubicarse en el tercer lugar de la prueba de foso. Obteniendo así, la segunda presea olímpica en la historia del país. Es justo recordar que la primera, única hasta ese momento, fue la plata de Erick Barrondo en Londres 2012.
Un día después Adriana Ruano tocaría la gloria en la misma disciplina. La tiradora, en una jornada memorable, logró lo que se creía inalcanzable, ganar la primera medalla de oro y en el acto imponer un récord olímpico. Fue una mujer quien logró, por primera vez en, colocar en lo más alto del podio los colores patrios y hacer que las notas del himno nacional fueran escuchadas en todo el mundo. Así, se convirtió en una leyenda. Su nombre está grabado ya junto a otros que, como ella, han alcanzado el Olimpo desde que lo hiciera, en el año 776 A.C. Corebo de Elide, el primer campeón.
Los Juegos de Paris concluyeron con éxito, serán especiales para muchos e inolvidables para Guatemala. Lo realizado por J.P. Brol y especialmente por Adriana Ruano debe ser reconocido en su justa dimensión: una hazaña. En un país tan poco acostumbrado al triunfo, estos resultados fueron una alegría. Lo que estos héroes hicieron demuestra que aun en momentos tan complejos y de polarización el deporte, al igual que en la antigüedad, puede ser motivo de una “tregua olímpica” y permitirle a esta sufrida nación olvidarse, por unos momentos, de sus viejas rencillas y aflicciones para hermanarse en la victoria. En una tierra históricamente dividida sirvan estos éxitos para disfrutar un momento de unidad.
Ampliación presupuestaria: ¿estrategia política o beneficio real para la sociedad?
Hugo Maúl
Artículo originalmente publicado en EP Investiga el lunes 19 de agosto de 2024.
El reciente debate sobre la ampliación presupuestaria ha generado un amplio rango de reacciones. Aunque se presentó como una solución necesaria para enfrentar las necesidades urgentes del país, no se puede ignorar el contexto político que rodea esta decisión. De manera sorprendente, el gobierno logró obtener un apoyo casi unánime de la oposición para aprobar esta ampliación. Sin embargo, las sospechas sobre las motivaciones detrás de esta jugada no han tardado en aflorar. ¿Responde esta ampliación a una estrategia bien diseñada para dar respuesta a las necesidades del país, o simplemente es una estratagema con fines políticos?
El panorama no es alentador. Al revisar los detalles de la ampliación, se observa que las grandes sumas asignadas a sectores clave carecen de especificaciones claras sobre cómo se utilizarán los fondos. Esta falta de transparencia genera preocupaciones sobre la posibilidad que estos recursos se pierdan en el ciclo interminable de la ineficiencia gubernamental. En lugar de utilizar los fondos de manera estratégica, parece que el Congreso ha optado por un enfoque simplista, repartiendo dinero sin un plan concreto ni metas medibles. Esto no es algo nuevo. La historia reciente está llena de ejemplos de ampliaciones presupuestarias que prometían transformar la realidad del país, pero que nunca llegaron a materializarse en mejoras tangibles para la población. Créditos blandos, programas de vivienda, fertilizantes para agricultores, transferencias a municipalidades y consejos de desarrollo, todos ellos suenan como iniciativas nobles y necesarias, pero rara vez producen los resultados esperados. De hecho, lo único que parece ser seguro en estas situaciones es que el dinero se gastará por completo, y en muchos casos, será insuficiente. Sin embargo, los beneficios para la sociedad seguirán siendo esquivos.
Uno de los grandes problemas detrás de esta dinámica es la ausencia de planificación efectiva. Los programas que surgen de estas ampliaciones presupuestarias no suelen tener un objetivo claro, ni un mecanismo bien definido para lograr las mejoras que prometen. Se destinan enormes cantidades de dinero sin presentar los resultados que se desean alcanzar. Sin un proceso adecuado de planificación, es muy probable que este gasto adicional no tenga impacto alguno en las condiciones de vida de la población. Además, la falta de rendición de cuentas es alarmante. No existen mecanismos sólidos e imparciales que aseguren que estos fondos se utilicen correctamente. La opacidad en la gestión de estos recursos crea un terreno fértil para la corrupción y la mala administración, perpetuando un ciclo vicioso donde el dinero público se dilapida sin generar ningún cambio real. Si no se implementan sistemas de control rigurosos que garanticen la transparencia y el uso eficiente de los recursos, esta ampliación presupuestaria no será más que una repetición de errores pasados.
Otro aspecto que merece atención es la falta de priorización en el gasto público. A menudo, los recursos se asignan a categorías de gasto que, aunque suenan atractivas y políticamente rentables, no abordan los problemas más urgentes del país. Esta mala asignación de fondos es el resultado de una política que favorece los intereses políticos o burocráticos sobre las verdaderas necesidades sociales y económicas. Mientras se mantenga la práctica de dedicar inmensas sumas de dinero a rubros de gasto vagamente definidos, sobre los cuales no existe certeza alguna si producirán un beneficio directo y tangible para la población, el país seguirá navegando en el mar de la ineficiencia gubernamental y la insatisfacción popular.
Sería ingenuo pretender que las motivaciones políticas desaparezcan de la discusión presupuestaria. No obstante, esta mediación política no puede centrarse siempre solamente en los intereses de quienes con sus votos aprueban el destino de los fondos públicos. Aunque esta ampliación presupuestaria ha sido presentada como una solución a ciertos problemas urgentes del país, en realidad parece ser más una herramienta política que una respuesta genuina a las necesidades de la población. La clave está en transformar la administración pública, enfocándola en la generación de valor para los ciudadanos. Esto no significa gastar más, sino gastar mejor. Cada quetzal gastado debe ser visto como una inversión en el bienestar de la población, y no como un recurso para satisfacer las demandas de los grupos de interés político. Es hora de adoptar un enfoque más serio y responsable hacia el gasto público, uno que se base en la eficiencia, la transparencia y los resultados tangibles. Solo entonces cabrá la esperanza que los recursos públicos se utilicen de manera que verdaderamente beneficien a los ciudadanos y contribuyan al desarrollo del país.