El 2 de diciembre de 1805 se libraba en Austerlitz (la presente República Checa) una de las batallas más importantes de la historia. El clima gélido era marco para enfrentar a los tres emperadores más poderosos de Europa. Francisco de Austria, aliado al Zar Alejandro, medía fuerzas contra Napoleón. Los dos primeros representaban las ideas del viejo orden, el francés lo hacía con las del nuevo.
Hace un par de semanas se estrenaba la película del director británico Ridley Scott, “Napoleón”. La crítica ha sido vehemente y encontrada. La mega producción sufre evidentes errores históricos. Se debe tener claro que no es un documental; y siendo el personaje histórico tan monumental no hay una única obra que pueda abarcarlo. Sin embargo, es imperdonable que se haya presentado a Bonaparte con características que evidentemente distorsiona las cualidades que un líder de su nivel tuvo.
El Emperador de los franceses es figura clave para entender a Europa. Desde hace 225 años su personalidad está salpicada de polémica todo lo que se relaciona con él. Es impresionante que alguien nacido en Córcega llegara a ser el emperador de Francia y dominara a Europa. Esto solo pudo ocurrir con la combinación de talento, fortuna y los cambios sociales emanados de la Revolución Francesa.
Bonaparte, como César, también atravesó su Rubicón. Su ascenso meteórico inició en la campaña de Italia, donde, con un discreto ejército, en 13 meses, logró derrotar a austriacos, napolitanos, venecianos, ingleses y pontificios. Con tan solo 28 años, funda dos repúblicas, firma la paz con Austria en Campo-Formio y obtiene los Países Bajos y el Piemonte para su país, comenzando a mostrar allí sus dotes de estadista. Pacifica la región y recauda impuestos; pero como él mismo diría: “la pera aún no estaba madura” tendría que esperar el calor africano para estarlo.
En 1798 zarparía con sus fuerzas armadas y un ejército de científicos rumbo a Egipto. Al igual que Alejandro Magno y Julio Cesar, fue al pie de las cuarenta veces seculares pirámides que Bonaparte se consagraría. Tomó el control de Egipto y lo administró de forma absolutista. Abrazó las costumbres del islam e incluso se hizo llamar hijo de Ali. Militarmente el desenlace de la campaña fue negativo, pero de allí, sustentado en la propaganda que él enviaba a Francia, saltó al poder. En palabras de Víctor Hugo, “Ya Napoleón trascendía a Bonaparte”
La fama le acercó a círculos políticos. Intuitivo, notó el agotamiento del modelo del Directorio y da un golpe de estado, el del 18 de Brumario del año VII. Instala el Consulado, gobierno en triunvirato al estilo romano, primero con Sieyès y Ducos y luego junto a Cambaceres y Lebrun. Sin embargo, siempre lo presidió él como Primer Cónsul. Un lustro después por plebiscito es electo emperador el 2 de diciembre de 1804. La Ceremonia fue en Notre Dame en presencia del Papa y el mismo se impuso la corona imperial exclamando “no sucedió a Luis XVI sino a Carlomagno”.
Durante los 15 años que gobernó la guerra por el control de Europa fue constante. Obtuvo victorias espectaculares como Austerlitz, Jena, Wagram o Borodino. Las derrotas, aunque menores en número, sellaron su destino. Los desastres de España, Rusia y Waterloo lo apartaron del poder, terminando sus días exiliado en Santa Helena. Durante sus campañas se estima que cuatro millones de personas murieron. Sin embargo, su legado más importante fue su aporte en la creación de las instituciones del estado moderno.
Su reforma educativa, la primera que se tenga conocimiento, logra ocuparse de los tres niveles de educación y sentó las bases de la meritocracia. Responsabilizando al municipio de la escuela primaria, y al estado central de la secundaria creando los Liceos. Reapertura la Universidad, cerrada por la Convención en 1793, encargándose la educación superior al Estado, pero gozando de gran autonomía de los ministerios. Junto a esto, se profesionalizó el ejército con la fundación de la escuela militar de Saint-Cyr.
“Su legado más importante fue su aporte en la creación de las instituciones del estado moderno.”
En materia legislativa, impulsó la codificación. De esta cuenta, la promulgación de las Constituciones del año VIII y del Año XII, el Código de comercio, pero especialmente el Código Civil son su gran legado. Este último, inspirado en el Corpus Iuris Civilis Romano, aún vigente en Francia. El mismo sirvió de ejemplo para muchos países europeos y prácticamente toda Latinoamérica.
Para el buen gobierno y cuidado del patrimonio público estableció la Corte de Cuentas y la Inspección de Fianzas. Por su parte con las prefecturas el estado tendría a un representante en cada departamento, volviendo más ágil y accesible la administración. El Consejo de Estado aseguró la redacción de las leyes que contenían las reformas administrativas y sirvió como asesor jurídico del gobernante. La fundación del Banco de Francia permitió, junto al Franco Germinal, poner orden luego de años de caos y crisis en materia económica. Sumado a esto construyó grandes obras de infraestructura.
Es justo reconocer que sin Napoleón las ideas revolucionarias de 1789 no se hubieran podido consolidar. Siendo uno de los personajes más complejos de la historia todo a su alrededor desata pasiones. Al igual que el emperador Augusto, logró reformar y modernizar el estado anclándose en varias instituciones del antiguo régimen. Gran conocedor de la historia sabía que el primer emperador romano lo había logrado apoyado en la propaganda y venderle al pueblo la idea de un pasado glorioso como motor de un futuro de grandeza.
“Es justo reconocer que sin Napoleón las ideas revolucionarias de 1789 no se hubieran podido consolidar. Siendo uno de los personajes más complejos de la historia todo a su alrededor desata pasiones.”
Con un sentido de la oportunidad, talento y esfuerzo pudo, en esas condiciones, llegar de la nada a la cúspide. Su figura e ideas han inspirado a muchos. Con la caída de Napoleón se perdió la última oportunidad de tener un Imperio latino-mediterráneo hegemónico. Luego de Egipto, Cartago y Roma en la antigüedad o Portugal y España en los siglos XV al XVIII. A partir de 1815 la Historia ha sido británica y norteamericana y se escribe en inglés.