La limitadísima vida del neomacartismo miguateco
José Luis Moreira contextualiza los fenómenos de acusación infundada de la biopic Oppenheimer (Dir. Christopher Nolan, 2023) en la Guatemala contemporánea.
Uno de los elementos que más me decepcionó de Oppenheimer (2023) de Christopher Nolan fue la forma en cómo se tejió el macartismo dentro del hilo narrativo del filme. Al igual que el propio proceso de desarrollo de la bomba, considero que el macartismo se personalizó, individualizó, ahistorizó excesivamente, a tal punto de llegar a retratar el juicio político de J. Robert Oppenheimer como una vendetta exclusivamente personal y ad hoc contra J. Robert Oppenheimer. No me debería de sorprender, el título de la biografía sobre la cual se basó el filme me anticipaba ya sus limitaciones analíticas: “Prometeo Americano.”
Con el beneficio de la retrospectiva, se sabe que, tanto la carrera armamentística que siguió al Proyecto Manhattan, como la fall from grace política de Oppenheimer, fueron dinámicas que lo superan individualmente. El único momento en el que hubo, a mi parecer, esa apelación a la naturaleza colectiva y existencial de la bomba fue al final de la película, ¡tremenda oportunidad perdida! Oportunidad perdida para gestar una reflexión contemporánea alrededor de todos esos retos globales y colectivos que la humanidad enfrenta, desde el cambio climático, la hiper-desinformación política y una nueva carrera armamentística.
También es una oportunidad pérdida para la reflexión de las circunstancias locales de Guatemala. El macartismo encontró campo en las expresiones políticas y discursivas de EE.UU. porque existía una amenaza real (o al menos bastaba que el pueblo americano creyera eso) al sistema de “valores” que representaban la nación. El reto al predominio americano habilitó públicamente una de las cacerías de brujas políticas más incisivas del siglo pasado, en el mismísimo país de la libertad, en el mismísimo país que acababa de liberar a Europa de un totalitarismo anticomunista.
Hoy en Guatemala hay una especie de reto axiológico a la hegemonía de la coalición corrupta que ha infectado toda la capilaridad de la administración de la cosa pública en el país, como pocas veces en nuestra historia. Reto axiológico, no por el inesperado segundo lugar del Movimiento Semilla, que bien se podría enmarcar dentro de los movimientos oscilantes naturales del péndulo político de una democracia sana, sino por el consenso inédito de defensa de la voluntad popular en Guatemala, verbalizado por un amplio espectro de actores sociales y económicos.
La defensa de los resultados electorales del 25 de junio y el repudio al acoso terrorista del Ministerio Público, la Fundación Terrorista y sus adláteres ha superado el plano de lo ideológico y se ha posicionado como un conflicto de valores. Porque no puede ser otra cosa. La defensa de la democracia solo puede parecer una reivindicación puramente ideológica para quienes son capaces de entretener la idea de algo “ideológicamente opuesto” a ella. Entonces, la pregunta se impone. Si defender la democracia es ideológico, ¿cuál es el contrario ideológico de defender la democracia?
Como en la EE.UU. posguerra de Oppenheimer, este consenso desafiante ha activado una agresiva persecución espuria ejecutada a través de la maquinaria propagandística del Pacto de Corruptos, que incluye universidades (profundamente lamentable), lugares de trabajo y medios de difusión del pensamiento. Estudiantes con capacidad crítica sometidos a paranoias de profesores amparados por el analfabetismo bananero de sus rectores, gente que podría perder su trabajo por sus simpatías políticas y periodistas acosados por sus declaraciones en favor de la democracia. Neomacartismo tropical, vaya.
“[El neomacartismo miguateco es]… una agresiva persecución espuria ejecutada a través de la maquinaria propagandística del Pacto de Corruptos, que incluye universidades (profundamente lamentable), lugares de trabajo y medios de difusión del pensamiento.”
Sin embargo, considero que el neomacartismo miguateco tiene varias limitaciones que lo condenan. La primera es que, a menos que quieran aceptar su derrota en el acto, aún existe libre circulación de ideas en Guatemala. En el mercado de ideas, como acuñara John Stuart Mill, hay ideas que se imponen a otras a través de procesos de persuasión y funcionalidad. Hay ideas mejores que otras y la gente aún tiene acceso a ellas. Segundo, hay cambios demográficos que desfavorecen al reaccionarismo boomer que impone ideas por virtud de apelaciones a la autoridad y el miedo. Finalmente, el neomacartismo miguateco es abanderado por gente de escasa credibilidad social y política, sujetos que típicamente operan en la cobardía del chisme coordinado anónimo y el pavor al debate público.
En Oppenheimer (2023), la persecución política se plasma como un canal a través del cual “la mente detrás de la bomba atómica” purga las tinieblas intempestivas del peso de una invención colectiva y de la historia. En Guatemala, la persecución política es el retrato colectivo de un grupo de personas que tácitamente reconocen la senescencia de sus ideas, la cobardía de su carácter y la mediocridad absoluta del curso de su vida.