Cuenta Homero en la Odisea que Circe le advirtió al héroe de Ítaca que debía cuidarse del canto de las sirenas. Le dijo que quien se dejaba arrastrar por esas melodías sería llevado a huesos y podredumbre. El poeta griego advierte sobre la fatalidad que acarrea seguir voces revestidas de falsos atractivos. Un ejemplo claro de esto es el autoritarismo.
Desde las independencias latinoamericanas, Centroamérica incluida, ante la crisis se buscó la salida autoritaria. No es raro por eso que muchos héroes nacionales hayan sido líderes, cuando menos autoritarios y en muchos casos dictadores. Estos caudillos primero lo fueron comandando a los independistas, luego a las facciones políticas conservadoras y liberales y ya, en el siglo XX, influenciados por la guerra fría, a comunistas y anticomunistas. Las consecuencias de haber sucumbido a este tipo de liderazgos han sido desafortunadas.
El caso centroamericano es dramático. Guatemala, entre 1844 y 1944 estuvo 70 años bajo el mando de 4 dictadores, Carrera, Barrios, Estrada Cabrera y Ubico. sumado a esto, buena parte de la segunda mitad del siglo XX los gobiernos, con la excusa de la lucha contrainsurgente, fueron violentos y autoritarios.
En Honduras, Tiburcio Carías Andino fue el representante más notable. Durante los 14 años que, con puño de hierro, estuvo al frente de ese país gozó de fama de hombre honesto y ordenado. Sin embargo, su presunta estabilidad política, se vio contrastada con una fuerte represión a toda forma de oposición a su gobierno.
Quizás el país de la región que más ha sufrido del autoritarismo es Nicaragua. La nación pinolera desde los años 60s del siglo XIX hasta nuestros días, ha sido gobernada por dictadores durante casi 100 años. Cinco apellidos la han gobernado desde esa fecha hasta nuestros días. El último de ellos, Daniel Ortega.
El más pequeño de los países centroamericanos no escapa a esta situación. El Salvador tuvo gobiernos militares durante gran parte del siglo XX. Sin embargo, la dictadura más sanguinaria fue la de Maximiliano Hernández Martínez. Contemporáneo de Ubico, de Carias Andino y del primero de los Somoza, se destacó tristemente sobre sus pares en reprimir a su pueblo. Se cree que masacró a más de 30 mil salvadoreños en 1932.
Todos estos regímenes se caracterizaron por haber nacido en momentos social y políticamente convulsos. A estos los engendra un sentimiento de desesperación de la población, que, ante condiciones de inseguridad, de inestabilidad y de desorden, está dispuesta a sacrificar sus libertades con tal de intentar vivir en paz. Sin embargo, esto es aparente y termina conduciendo a situaciones aún peores a las originales.
Las transiciones democráticas iniciaron, en la región, en los últimos 15 años del siglo XX. Estas vinieron acompañadas de una marea de ilusiones y expectativas de pueblos que por años buscaron mejorar sus condiciones. Lamentablemente, si bien es cierto, llegaron a cubrir algunos de estos anhelos, décadas de regímenes autoritarios, violencia y paternalismo dejaron como herencia nefasta la carencia de una institucionalidad capaz de estar a la altura de esas quimeras.
Así las cosas, la región inicia el siglo XXI como una de las más violentas del mundo. Muchos jóvenes se enfrentan a estas opciones: entrar en la mara, ser víctimas de esta, perder la vida o migrar. El poder de estos grupos criminales es, muchas veces, superior al de los débiles estados desordenados, incapaces y corruptos. Ante la desesperación es natural que las víctimas del sistema, los verdaderos “condenados de la tierra”, sucumban nuevamente al fetichismo autoritario.
“El poder de estos grupos criminales es, muchas veces, superior al de los débiles estados desordenados, incapaces y corruptos.”
Todavía hace 15 años Ortega, en Nicaragua, era celebrado por grupos poderosos de la región. Estos no dudaban en llevar sus inversiones a ese país “ordenado, seguro y con reglas claras para los negocios”. Daniel, era el mismo ese entonces, que el que tomó Managua en 1979. Hoy lo sigue siendo y es otra de la triste colección de dictadores. Hundiendo, si todavía se puede más, a su pueblo.
En El Salvador el domingo pasado se reeligió arrolladoramente el presidente Bukele. El joven caudillo goza de innegable apoyo popular. Este se sustenta en darle una eficiencia al aparato del estado que redunda en la construcción de obras de infraestructura de importancia. Pero, sobre todo en su política de seguridad. Llevando a su nación de ser una de las más violentas del mundo a una de las más seguras de América.
Sus logros son evidentes y el mayor es que, de momento, en su popularidad converge la unidad de su pueblo. Su manejo de la comunicación y actitud desafiante es bien visto a lo interno y por grupos soberanistas en otros países. Dándole, quizás por primera vez en su historia, un verdadero sentimiento de orgullo nacional a su gente.
Lamentablemente el costo de todo esto es alto. Muchos son los ejemplos de su carácter autoritario. La toma militar del congreso, el abuso de los estados de excepción, la persecución a opositores y periodistas, y su irrespeto por los derechos humanos son muestras de este. Deja un mal sabor que haya manipulado el ordenamiento jurídico interno para postularse a la reelección. Sólo el tiempo dirá si es un salvador o un falso profeta más para su gente.
Así pues, la falta de institucionalidad genera violencia e inestabilidad. El pueblo en su desesperación cree en el canto de las sirenas de un líder autoritario que lo salvará. Pero este ya con poder absoluto no genera las condiciones de institucionalidad, ni gobernanza, consiguiendo realmente debilitarlas y regresar al punto de partida.
“Sólo el tiempo dirá si es un salvador o un falso profeta más para su gente.”
El círculo vicioso por el cual ha atravesado la región centroamericana desde hace casi dos siglos es como Sísifo cargando su piedra, que sube a la montaña solo para verla caer de nuevo y repetir. Al parecer Centroamérica ha buscado la solución milagrosa en la causa de sus problemas.