Estados débiles, democracias débiles
Jose Luis Moreira sobre el socavamiento democrático salvadoreño.
Nayib Bukele fue reelecto en El Salvador pasando por encima de todos los cuestionamientos de la constitucionalidad de esta inminente reelección. En tierra infértil han sido plantados todos los argumentos en favor de la alternancia democrática del poder, del peligro de las tendencias autoritarias del presidente, y de la defensa de las garantías constitucionales de los salvadoreños como, por ejemplo, el derecho a un debido proceso. Ningún argumento de esta índole ha sido suficiente para placar la base de apoyo popular de uno de los mandatarios con mayor índice de aprobación del mundo.
Ya es un truísmo resaltar que el de representatividad democrática tiene una profunda crisis de credibilidad en la región. Me parece que los fundamentos de esta crisis siguen sin ser descritos adecuadamente, lo cual sigue justificando la intriga generalizada de los analistas latinoamericanistas.
Un acercamiento a los orígenes de esta crisis se observa a través del discurso y la reflexión política en nuestros países, que continúa omitiendo la importancia de una de las fortalezas propias de los sistemas democráticos, a saber, la legitimación de la acción y de las prerrogativas del Estado. Los liderazgos políticos de vocación democrática han obviado, por fuerzas coyunturales y por llana negligencia, la construcción y fortalecimiento de la llamada capacidad estatal. Capacidad de estado entendida aquí como ese conjunto de marcos institucionales, recursos humanos, y facultades que le permiten a un Estado el cumplimiento efectivo objetivos determinados de política pública. Es a través de la capacidad estatal que se deberían desarrollar soluciones integrales para las brechas que todos conocemos de nuestra región, incluyendo la violencia, la pobreza, la corrupción y la falta de empleo.
Sin embargo, ante la falta de consideración de la capacidad de estado, los votantes de la región se han volcado hacia figuras que se contraponen a incumbentes, desde Bukele hasta Milei, y que profanan los controles políticos de las democracias republicanas para proveer “resultados”, resultados que terminan siendo más efectistas que abordajes duraderos para mitigar las problemáticas de nuestros países. Además de reflejar holgazanería conceptual, es una traición a los valores civilizacionales, por ejemplo, creer que la prisión masiva para inocentes es el costo ineludible de un efectivo combate a la violencia.
“La región se ha volcado hacia figuras que se contraponen a incumbentes, desde Bukele hasta Milei, que profanan los controles políticos de las democracias republicanas para proveer ‘resultados’, que terminan siendo más efectistas que abordajes duraderos para mitigar las problemáticas de nuestros países.”
Pero, una vez más, esto no es, con justicia, un argumento sustancial para la trágica urgencia de nuestra problemática social. Lo sustancial reside en la articulación política de soluciones viables dentro de un marco democrático que logren conseguir resultados tangibles para la población. De allí que para revitalizar la defensa de la democracia sea necesario retornar al centro de la discusión a los aspectos constitutivos de la capacidad del estado.
Lo de El Salvador debería de ser una advertencia para el gobierno recién electo. Si su vocación democrática tiene convicción, se deberían enfocar esfuerzos para obtener resultados persuasivos para la población y así devolverle la fe, no sólo a los votantes guatemaltecos, sino a los de la región entera, que la democracia es la vía de la protección de las libertades individuales y la solución con solidez de los problemas de una sociedad. El éxito de esto va más allá del gobierno del Movimiento Semilla.