Hace poco más de dos semanas el continente africano volvió a sacudirse políticamente cuando un nuevo golpe de estado se perpetraba. Las imágenes son las habituales. Un grupo de personas vestidas con uniformes militares aparece en las pantallas de televisión. El tono, el vocabulario, las motivaciones son las de siempre, el resultado es el mismo. Un gobernante es sustituido por vías no democráticas. El que se desarrollaba en Gabón era el último de más de 225 intentos de golpe de estado que se han registrado en ese continente desde 1950.
Cuando aun no se resuelve la situación generada luego del golpe de estado en Níger del mes de julio, el cuartelazo en Gabón viene a complicar más el panorama de la región. Guinea, Mali, Níger, Burkina Faso y Gabón, los han sufrido en mas de media docena desde año 2020. Esto ha llevado a que el presidente Macron en un discurso frente a diplomáticos de su país expresara que hay una “epidemia de golpes de estado”.
Si bien es cierto los casos de estos países son merecedores de análisis mucho más profundos a causa de sus especificidades. también es verdad que los unen varias características similares que no pueden dejar de abordarse. La primera, es que todos estos estados son francófonos. Salvo Guinea, todos forman parte de la zona monetaria del Franco CFA, moneda común que varios estados africanos comparten y que es manejada en buena medida desde París. Todas son naciones con poco desarrollo tanto humano como de sus instituciones.
El levantamiento de Gabón se da luego de un proceso electoral con fuertes indicios de irregularidades y fraude. El depuesto presidente Bongo y su padre, antes que él, habían gobernado el país ininterrumpidamente desde hace 55 años. Aliado incondicional de Francia en la región, la junta militar no ha manifestado hostilidades hacia ese país y no se vislumbra que desee deshacerse de la base militar francesa en su territorio.
En Guinea, los golpistas han mantenido el poder por dos años. Al tomarlo, el coronel Doumbouyah, un antiguo oficial de la Legión Extranjera del ejército francés, asumió el mando del país y prometió prontas elecciones democráticas. El depuesto presidente estaba intentando modificar la constitución para prolongar su mandato un tercer periodo, generando gran descontento de su pueblo. Sin embargo, ya 24 meses han pasado y no se vislumbra que las promesas del nuevo jefe de estado se cumplan pronto.
Los casos de Mali, Burkina Faso y Níger, por su parte, se dan en un contexto completamente diferente. Sumidos desde hace años en una lucha abierta contra el terrorismo islámico. Son países débiles y corruptos donde, por culpa de una elite burocrática y militar, las grandes mayorías de la población siguen viviendo en absoluta pobreza. Este caos obliga a la mayoría de la población a encontrar únicamente la salida militar para detener el avance djihadista. 10 años de acompañamiento militar francés no lograron hacerlo y por eso buscan apoyo principalmente en Rusia y su milicia Wagner. De momento es una vana ilusión que no se ha conseguido.
Existe en la población del Sahel el sentimiento de que el origen de toda la inestabilidad es culpa de la política exterior de Francia. El proceso de descolonización los mantuvo estrechamente ligados a París. Al igual que las otras potencias en el resto del África subsahariana, en el Sahel mantuvieron condiciones ventajosas para sus ciudadanos y empresas en detrimento de los locales. En Francia se llamó “françafrique”. Este modelo de gestión cooperaba en los campos diplomáticos, económicos, monetarios y militares. Jacques Foccart dirigió desde el Elíseo durante más de 25 años la política interna de las antiguas colonias africanas de ese país.
Al igual que las otras potencias coloniales lo hicieran en sus áreas de influencia, esa administración la hacían para poder mantener el control y los beneficios económicos. Este mecanismo no dudó en apoyar a una casta de autócratas, altamente corruptos, violentos y poco preparados; con lealtades más sólidas a las prebendas y coimas recibidas del exterior que a sus naciones. Durante 60 años, si bien es cierto se logró una aparentemente estabilidad, los ha mantenido alejados del desarrollo. La población desencantada, al no encontrar soluciones democráticas a su situación, ha buscado salidas violentas y apoyos en potencias emergentes no democráticas. De momento solo empeoran sus condiciones obligando a millones a migrar hacia el Norte.
“La población desencantada, al no encontrar soluciones democráticas a su situación, ha buscado salidas violentas y apoyos en potencias emergentes no democráticas.”
Con la globalización, nuevos actores han ingresado al tablero. Estos quizás varíen sus orígenes y enarbolan la bandera del anti-imperialismo. Lo que no cambian son sus métodos ni sus objetivos. Buscan siempre lo mismo. Ampliar su área de influencia, desarrollar sus mercados y sobre todo acceder a los vastos recursos naturales que poseen estos débiles estados. Para ello están dispuestos a utilizar las viejas recetas que usaron los europeos.
De momento esta epidemia de cuartelazos se concentra en esa región. Sin embargo, en el contexto de reposicionamiento de las hegemonías mundiales, es probable que se comiencen a expandir por otros estados. La pobreza, debilidad institucional, corrupción y carencia de oportunidades de desarrollo no son exclusivas de África. Incluso en la misma Latinoamérica, aunque muy pocas veces se voltee a ver a la lejana África, fácilmente se pueden identificar algunas similares condiciones. Por ello no se debe quitar el dedo del renglón ya que, de no combatirlas efectivamente, seguiremos siendo susceptibles al fantasma esa nefasta epidemia.