Entre Sueños y Pesadillas: Trabajo, Migración e Informalidad
José Gálvez reflexiona sobre las subjetividades del migrante guatemalteco y las políticas que lo moldean.
Eran las cinco de la mañana de un sábado en un pueblo pequeño de Colorado. En esas mañanas de otoño, el frío ahogaba los pulmones con cada suspiro, y un grupo de guatemaltecos esperaban a Mark, el conductor de la van que los llevaría a una granja en las afueras del pueblo. El gringo bonachón, siempre llegaba puntual. En la granja, los migrantes aprenderían a usar una motosierra o una pistola de clavos. Hasta ese entonces, sólo sabían chapear y martillar. Limpiarían la maleza con tijeras de jardín, instalarían cercas y se subirían en largas escaleras hasta lo más alto de un granero maloliente a orines de cabra. Pintarían de blanco los tablones rechinantes de la estructura, previniendo así que el inclemente invierno de las Rocosas les pudriera. Por el día de arduo trabajo, cada uno se ganarían ciento ochenta dólares, de los que parte gastarían bebiendo en la noche, tratando de olvidar el dolor de extrañar a los que dejaron atrás, tristes, distantes, ahogados de melancolía, pero no abandonados; el dinero que sobraría se mandaría a casa. El domingo, mientras jugaban fútbol en las últimas tardes de poca nieve, sonreirían en el parque del pueblo, mientras se preparaban para continuar el lunes, la helada y cansina vida distante que les tocó vivir. Después de la chamusca, cantarían alguna canción de banda y comerían frijoles volteados de lata, que les recordarían a las cálidas cenas en casa. Cenas con tortillas y picado de rábano que quedaron atrás, a cambio de las penurias del viaje al norte y el dinero.
Hace algunas semanas, en medio del desordenado tráfico matutino de la capital, escuchaba en la radio del carro un popular programa de análisis. Los locutores iban describiendo diferentes perspectivas sobre el irresuelto problema de la migración. Fue fácil identificar dos discursos dominantes y trágicamente incompletos por parte de los anfitriones. Quizás esperaba demasiado de ellos. Mientras la locutora resaltaba excesivos trámites para migrar de manera legal, su compañero, más apasionado, indicaba que el problema residía en la xenofobia de los republicanos, al ser la migración un tema central en la posición de Trump y su ridículo muro. Ambos locutores regurgitaban, a su estilo, las clásicas críticas de neoliberales “conservadores” y las condenas vacías de demócratas “progresivos”. Ambas perspectivas han sido históricamente inútiles en resolver los problemas de fondo de la migración ilegal. Es tan fácil tirarle el muerto a burocracias como tirarlo a gente que odia. Poco hablaban en la radio sobre la economía política de la migración. Nos guste o no, se podría especular que los locutores sudaban calenturas ajenas con marcos de análisis extranjeros sin dientes, evadiendo así, una discusión más profunda, honesta y productiva sobre el tema.
“Ambos locutores regurgitaban, a su estilo, las clásicas críticas de neoliberales “conservadores” y las condenas vacías de demócratas “progresivos”. Ambas perspectivas han sido históricamente inútiles en resolver los problemas de fondo de la migración ilegal.”
Javier Urbano, el visitante mexicano en el episodio de ese programa, se encargó de cambiar esto y dejarlo claro: El problema es económico. Para los empleadores del norte es beneficioso disponer de una fuerza laboral compuesta de migrantes legalmente vulnerables. De acá, se siguen yendo en caravanas, aunque se arriesguen a morir en el camino o a ser deportados en cuanto lleguen. Mientras ninguno de los lados resuelve, los costos por realizar tareas tediosas o peligrosas para los patronos del norte continúan siendo más bajos si hay migrantes. Es decir, la imposición de pobres condiciones laborales es rentable para empresas norteamericanas, pero tiene resultados perniciosos sobre las condiciones de vida de trabajadores migrantes que viven en países desarrollados. Sale mucho más caro a empresas contratar a estadounidenses con deudas universitarias, una hipoteca y años de educación terciaria. ¡Vaya sueño americano! ¡Un sueño construido sobre las amenazas latentes de pesadillas de migrantes! Urbano repetiría lo que muchos ya entendimos: Los latinos, entre ellos, muchos compatriotas, cubren jerarquías en el mercado laboral del país del norte que los mismos gringos ya no quieren.
“Para los empleadores del norte es beneficioso disponer de una fuerza laboral compuesta de migrantes legalmente vulnerables. De acá, se siguen yendo en caravanas.”
El peor error al abstraer todo esto, sería no ser humildes. No hay que sentirse indignados por una supuesta postura económica explotativa por parte de los estadounidenses. Acá reproducimos ese sistema económico con precisión. Acá le llamamos informalidad. Mientras muchos trabajadores sueñan con la formalidad, sigue siendo conveniente para patronos mantener, a modo de reforzar el sometimiento de sus empleados, la amenaza de lo informal. No nos importa pagarle menos a ese “sector”. Al igual que los migrantes, los informales viven marginalmente. Mientras existan informales costo-efectivos y fácilmente explotables que puedan substituir a formales, el riesgo del desacato en la formalidad será alto. Aceptamos que trabajadores informales, empleados y ciudadanos de segunda clase, frecuentemente dedicados a actividades redundantes y peligrosas, conserven su mal estatus y su condición laboral precaria y riesgosa, excluidos de instituciones que les permitan tomar mejores decisiones de largo plazo. Terminan como es de esperar, con baja productividad, pobre educación y sin futuro, pero mandando dinero a casa. En todos lados dan vuelta las ruedas generacionales de la pobreza. ¡Vaya pesadilla! Mejor migrar: el sueño guatemalteco.