Encuestas y promesas electorales
Hugo Maúl analiza la inevitable segunda vuelta en Guatemala.
Estadísticamente hablando, la suerte está echada. En estos tiempos modernos, marcados por las “guerras de encuestas,” cada vez es más difícil darle sentido a la multiplicidad de resultados que aparecen todos los días, en todo tipo de medios y a cargo de una miríada de organizaciones, algunas menos conocidas que otras. Aparte de las sorpresas que cada una de estas mediciones trae consigo, todas ellas coinciden en señalar a tres candidatos en la punta de las preferencias electorales. Invariablemente, Torres, Mulet y Ríos aparecen dentro de los tres o cuatro primeros lugares de las preferencias del electorado. En tal sentido, los resultados de la última encuesta de Prensa Libre simplemente confirman el “vox populi” de todas las mediciones que en ese sentido se han hecho recientemente, sea que se trate de encuestas serias, sondeos informales, mediciones mal hechas o ejercicios sesgados. Independientemente de cuál sea el orden particular en que terminan estos candidatos en los resultados del próximo domingo, toda la evidencia indica que es inevitable una segunda vuelta.
En mayor o menor medida, las campañas de todos los candidatos en contienda han descansado en propuestas con fuerte tinte asistencialista o populista. Los tres personajes antes referidos no han sido la excepción. No sería raro, pues, que los dos que pasen a segunda vuelta explican su éxito en función de lo que han prometido a lo largo de la campaña. Por tanto, es previsible que la magnitud, alcance, costo y frivolidad de este tipo de promesas electorales siga en aumento de cara a la segunda vuelta. Parece poco probable que el tono de las campañas cambie de forma repentina y se centre ahora en la discusión formal y técnica de los planes de gobierno. De tal cuenta, aunque difieran de un candidato a otro, el grueso de las propuestas electorales se reduce, de una manera u otra, a importantes aumentos en el gasto público existente. En ausencia de una capacidad comprobada por parte del sector público para organizar de forma efectiva, eficiente, transparente y honesta los recursos productivos a su alcance para atender a la población, la única promesa creíble resulta “regalar” dinero. Nada se sabe acerca del impacto real que cada una de estas promesas tiene sobre las condiciones de vida de los supuestos beneficiarios, mucho menos sobre la sostenibilidad de las mismas.
“Es previsible que la magnitud, alcance, costo y frivolidad de este tipo de promesas electorales asistencialistas o populistas siga en aumento de cara a la segunda vuelta.”
En todo caso, independientemente de quienes de estos tres personajes pase a segunda vuelta, más que continuar con el tipo de promesas que han caracterizado la campaña hasta este momento, lo que verdaderamente debería discutirse es cómo mejorar la capacidad productiva del sector público y las reformas necesarias en materia servicio civil; compras públicas; planificación; presupuestación; combate a la corrupción; y monitoreo, evaluación y rendición de cuentas del gasto público. En ausencia de estas reformas, cualquiera de los tres que lideran las encuestas están condenados a seguir haciendo más de lo mismo.