Educación, atrincheramiento y praxis
José Rolando Gálvez sobre el dilema del ideólogo populista.
El bullicio de los estudiantes comentando la fiesta del día anterior o los dramas de romances universitarios no callaba. Repentinamente, entró el catedrático. Un silencio penetrante invadió el aula. La clase sería sobre pensamiento económico y filosófico de Hayek. El catedrático, hablaba del economista como uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Le presentaba como un filósofo infalible. Enseñaría sobre la libertad, el individualismo, la propiedad privada y el resto de las coplas que repiten los ideólogos de corrientes austriacas. El maestro condenaría el Keynesianismo intervencionista como uno de los peores males sociales de distintas macroeconomías mundiales, sin realmente profundizar sobre él. El apego radical a esta ideología, fuera de ser convincente, generó más sospechas que explicaciones que, si bien tenían algo de lógica, eran incompletas. No existía el contraste con argumentos serios y eso motivó un sano escepticismo en la audiencia. Suficiente fue la imposición del adoctrinamiento Hayekiano, para que uno de los estudiantes, al semestre siguiente, continuara la carrera en otra casa de estudios, migrando al norte, a una universidad estadounidense en la que ensañaban la economía y la política a través de la comparación y discordancia entre perspectivas alternativas: una educación más holística.
En Estados Unidos, ingresó primero a una clase sobre Marxismo. El individualismo se reemplazaría por el colectivismo, la libre acción humana por el proceso histórico, la lógica por la dialéctica, y la eficiencia por la justicia social. Las lecturas revelarían cómo la mala distribución de activos también coerce y arriesga la libertad, tan central en la ideología Hayekiana que parece olvidar cobardemente la mención de monopolios y su efecto pernicioso en la sociedad. El lente con el que el estudiante vería al mundo cambiaría de colores, y con esto, sus creencias sobre lo social. También reconocería el adoctrinamiento en estas formas de ver el mundo. Los ideólogos de izquierda también son apasionados y cerrados. También se obsesionan con defender la igualdad social dentro de un estado de bienestar. Sin embargo, el alumno podría generar respuestas más completas a problemas concretos y enfocarse en la calidad de ideas, más allá de quién las propuso. Esto es consistente con el fin último de una educación verdaderamente liberal: conocer de varias posturas para poder aplicarles apropiadamente según el contexto. En el mundo real, tanto la productividad y la libertad son importantes, como la justicia, la inclusión y la apropiada distribución de activos, ya que los mercados fallan, los estados también y la verdad no es absoluta, particularmente en lo político y lo económico.
“Sin embargo, el alumno podría generar respuestas más completas a problemas concretos y enfocarse en la calidad de ideas, más allá de quién las propuso.”
Todos, en algún momento, ya sea por educación, adoctrinamiento, conveniencia o simple y burda comodidad, nos hemos apegados a ideologías: conjuntos de creencias atribuidas al pensamiento de alguien en la historia. Todos hemos, en algún momento, asumido algún pensamiento como verdadero aún si este está desapegado de la realidad. Debemos mantener una sana crítica a estas creencias. Las posiciones no deben ser juzgadas por su pureza moral o su apego a modelos de organización social impuestos en otros contextos y tiempos. En la actualidad, ante el escenario de la desesperanza social y la desinformación, la falta de cuestionamiento es aprovechada por radicales populistas que, cual sofistas, proponen y prometen que su manera exclusiva de ver el mundo resolverá todos los problemas sin mayor evidencia. Consecuentemente, no logran alcanzar a través de sus prácticas mejoras sociales y económicas genuinas. Estas narrativas propician el tribalismo y el resentimiento que confunden y llevan a sociedades enteras a elegir demagogos a ejercer el poder político. Los noticieros, los políticos, los analistas y algunos académicos tienden a propiciar el atrincheramiento de ideas y olvidan que la verdad no es definida por lo que creemos o lo que percibimos.
Mientras que los problemas y necesidades sociales sean reales, la efectividad de una correcta administración se debe medir a través de cómo se resuelven y atienden; Es decir, debemos definirnos por lo que hacemos. Es por lo mismo que el pragmatismo de cierto tipo de pensamientos y métodos han hecho que persistan de forma sostenida en el tiempo. La incapacidad de teorías en volverse prácticas en el tiempo les destruye. En la batalla económica, por ejemplo, sabemos que el pragmatismo Keynesiano en materia de cómo administrar una banca central en una economía, por mucho superó a las propuestas puristas de Hayek o los ideales de Marx. Ese proceso dinámico e incómodo en el que se prueba la teoría frente a lo posible y lo asequible va más allá de la seguridad que una ideología cerrada, terca y retrógrada pueda proveer.
“Mientras que los problemas y necesidades sociales sean reales, la efectividad de una correcta administración se debe medir a través de cómo se resuelven y atienden; Es decir, debemos definirnos por lo que hacemos.”
En muchos países, hoy se juzga y elige a líderes por sus creencias ideológicas. Esto es incorrecto e innecesario. No necesitamos evaluar estas propiedades. Hacerlo es contraproducente. Lo que más necesitamos es evaluar la capacidad de líderes en brindar soluciones concretas a problemas complejos. De no hacerlo, observaremos como muchos países caen, cual presa fácil, ante las fauces del populismo autoritario que, por purista y ambicioso, rara vez resuelve respetando la voluntad de la ciudadanía. Tanto de izquierda como de derecha, ya existe evidencia sobre el fracaso rotundo del populismo caudillista. El dilema del ideólogo populista es no aceptar que la complejidad del mundo va mucho más allá de la simplificación exclusiva que su mente comprende. El ideólogo populista busca concentrar el poder, independientemente si es a través de monopolios o del estado, y esto, siempre le corromperá.
Hoy, muchos de los problemas que tenemos necesitan soluciones prácticas y típicamente técnicas que son independientes a las creencias o ideologías de un grupo. Hoy, el alumno ya es un profesional, y ya no pregunta ¿en qué cree el líder nuevo? Hoy, gracias a su exposición a ideas diferentes, reconoce que eso es irrelevante. Hoy reconoce lo limitante que es el apego a una sola manera de pensar. Hoy, el profesional cuestiona ¿Este líder qué ha hecho? ¿Qué ha logrado? ¿Qué logrará hacer en sus primeros cien días en el poder si le dejamos actuar? Hay que olvidar el insulto y la persecución, y apostarle a respetar la pluralidad en formas de pensamiento, pero sin perder de vista la praxis. De esta manera, podremos, de hecho, enfocar nuestras elecciones y esfuerzos en el mejoramiento de condiciones sociales de ciudadanos honestos y productivos.
“El ideólogo populista busca concentrar el poder, independientemente si es a través de monopolios o del estado, y esto, siempre le corromperá. Hoy, muchos de los problemas que tenemos necesitan soluciones prácticas y típicamente técnicas que son independientes a las creencias o ideologías de un grupo.”