Conservadores sin que conservar
Pablo Andrés Rosal sobre lo que queremos preservar en Guatemala.
Me acuerdo de una vez que estaba viendo una entrevista a Roger Scruton, un filósofo conservador inglés, donde le preguntaron en qué consiste ser un conservador. Él respondió que consiste en buscar preservar algo que considera que es bueno, bello y beneficioso para la sociedad. Entonces me pregunté: ¿tenemos algo así que queramos preservar en Guatemala?
Los ingleses tienen a la monarquía y su Commonwealth; los españoles, al rey y su herencia hispana; los franceses, al Estado-nación; los estadounidenses, la constitución y los Padres Fundadores. Incluso los mexicanos tienen a la Virgen de Guadalupe, figura con la cual han forjado su identidad nacional. Hasta el más ateo es guadalupano en México.
¿Qué tiene el conservador guatemalteco para conservar? Le he hecho esta pregunta a varias personas. Una me contestó «los chuchitos». Otro me dijo más vagamente «nuestras tradiciones». Pero más allá de los bailes, barriletes, el fiambre y otras delicias gastronómicas, no tenemos ninguna tradición político-económico que sea nuestra para preservar.
O bueno, sí que la hay. Y es la tradición del patrimonialismo, la búsqueda de rentas, la corrupción y el anticomunismo que hemos peligrosamente normalizado en toda nuestra historia. Al parecer, andar ofreciendo dinero en efectivo en el Congreso o empresas siendo extorsionadas a cada rato por funcionarios públicos para obtener sus pagos es normal y manejable.
“…la tradición del patrimonialismo, la búsqueda de rentas, la corrupción y el anticomunismo que hemos peligrosamente normalizado en toda nuestra historia.”
Eso sí: el día que aparece un grupo con una plataforma ideológica (que se moderó considerablemente) sin indicios de ser corrupto es cuando el conservador guatemalteco se altera. Ahí sí salen los artículos de prensa con indignación y los indicadores de pérdidas económicas. Para las carreteras literalmente colapsando, los escándalos de gobierno y uno de los peores sistemas de justicia del mundo no han generado por años esta indignación. El Rule of Law Index posiciona de 142 países el sistema de justicia criminal y civil guatemalteco en los puestos 124 y 136 respectivamente.
¿Ser de los peores del mundo no es causa de indignación? ¿Cuántas pérdidas económicas y costos de oportunidad se dan por esto?
A raíz de estas reflexiones, me doy cuenta de que tal vez sí hay conservadores que tienen algo suyo que preservar en el país: un sistema basado en privilegios, la mediocridad y el rentismo. Son los conservadores que más dicen ser libertarios, pero de los cuales Hayek advirtió en su ensayo Por qué no soy conservador para distanciarse de ellos.
Hablemos de liberalismo. ¿No nos parece extraño que los liberales guatemaltecos no produzcamos nada propio? No voy a desvalorar la importancia de estos autores, pero tal vez hay que empezar a reflexionar más allá de los Founding Fathers, Burke, Mises, Hayek, Tocqueville y Bastiat. Ellos reaccionaron a contextos completamente distintos a los nuestros, con Estados construidos y sectores empresariales innovadores y pujantes. Eso no es Guatemala.
“¿Ser de los peores del mundo no es causa de indignación? ¿Cuántas pérdidas económicas y costos de oportunidad se dan por esto?”
Ni digamos que, al menos entre las élites, el conservador promedio es sumamente inculto. Los conservadores estadounidenses y europeos que he conocido han sido personas con muchísimo gusto por la música, el arte y la literatura. En una conversación en España me vi un poco al margen cuando dos personas se pusieron a discutir espontáneamente un libro de Chesterton. ¿Cuál es nuestro autor ampliamente leído en Guatemala? ¿Agustín Laje?
Solamente en el Instituto Fe y Libertad he encontrado personajes con un nivel de cultura mucho mayor. Fuera de allí, he visto cómo tanto autodenominado conservador presume pública y orgullosamente su ignorancia. En un programa de radio, una persona dijo que el concepto de «líderes ancestrales» de las comunidades indígenas le parecía un insulto. Tan mediocre ha sido nuestro conservadurismo que hemos perdido nuestro sentido de aprecio a lo tradicional y antiguo. Nuestro Dios es tan antiguo como el Universo. Llamarle a un líder «ancestral» en vez de ser un insulto es un reconocimiento a su autoridad.
Finalmente, nuestra herencia judeocristiana no parece provocar ninguna reflexión de conciencia al autodenominado conservador promedio. Creo que si el conservador promedio (y el promedio incluye a varios de las élites) leyera las encíclicas papales de la Doctrina Social de la Iglesia católica, rápidamente las invalidaría diciendo que son «chairadas». Y ahora que el Ministerio Público pone sus miras a un cardenal por ser crítico ante el autoritarismo, ningún «conservador» parece mostrar indignación alguna.
En mi opinión, el problema del conservador guatemalteco es que no tiene nada valioso que preservar, pero permanece en él su desconfianza al cambio. Entonces, indirectamente, termina colaborando a preservar nuestra verdadera tradición política: patrimonialismo, búsqueda de rentas y autoritarismo. En nuestro contexto, ¿cuál es el tipo de sociedad que nos gustaría construir para poder preservar? Y, al momento de identificarlo, ¿qué tanto estamos dispuestos a hacer para alcanzarlo?