La memoria de Juan José Arévalo siempre ha llenado mi familia de mucho orgullo. Siempre lo he notado cuando mi abuelito me explica quién era familiar de quién, que fulano estaba casado con no sé quién para decirme que Arévalo es mi ancestro. También lo noté cuando, hace unos años, mis tíos me regalaron una primera edición de un libro que Arévalo escribió.
Por estas razones, Juan José Arévalo siempre me ha parecido un personaje histórico que impactó al imaginario colectivo de una manera diametralmente distinta a Jacobo Árbenz. Mientras Arévalo evoca esperanza y cambio; Árbenz nos recuerda a la tragedia y la impotencia de haber perdido un sueño por un país mejor.
Toda cultura necesita a sus héroes y los guatemaltecos no los tenemos. Las películas que vi desde pequeño eran sobre héroes de otros países como Hércules, soldados estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial y otras grandes historias. Aquí nos inventamos la historia de un tal Tecún Umán que nunca pegó y ha subsistido solamente porque lo ha requerido el Ministerio de Educación. Por cierto, en esa historia Tecún Umán es un mártir, no un héroe triunfante.
La figura de Árbenz evoca un espíritu de derrota y martirio y eso es lo que menos necesita el país. Nos ha tocado ganar nuestras libertades con uñas y dientes. La crisis de 2023 nos demostró que la ciudadanía está cansada de sentirse impotente y está dispuesta a pelear por un futuro en libertad y democracia. Árbenz no encaja en esta fórmula.
Esto no es una apología a Castillo Armas ni a la intervención de la CIA en 1954. Escribo esto porque últimamente se habla mucho de una Nueva Primavera y quiero dar mis reflexiones al respecto. Considero que el primer y único exponente de esa Primavera que Semilla pretende rescatar es Juan José Arévalo. Y lo hace por un motivo sencillo: porque su figura evoca en la población el deseo de ser victoriosa y no la melancolía y derrotismo que prevaleció por mucho tiempo.
Más allá de los arquetipos y héroes, Árbenz tampoco fue Primavera porque considero que no fue un demócrata, además de que su imprudencia llevó al país a los desafortunados eventos de 1954. El sueño de Primavera fue un sueño eminentemente democrático. Jacobo Árbenz no cumplió con ese estándar.
“Árbenz tampoco fue Primavera porque considero que no fue un demócrata, además de que su imprudencia llevó al país a los desafortunados eventos de 1954.”
Un demócrata no asesina a sus contrincantes políticos. Si bien es cierto que no existe la evidencia concreta de que Árbenz orquestó el asesinato del coronel Arana, tenemos suficiente para sospecharlo. El carro de su esposa estuvo en la escena del crimen y el más beneficiado de la muerte fue él. Tiempo atrás, en el “Pacto del Barranco” habían acordado que el candidato del partido oficial iba a ser Arana. Árbenz le seguiría después, pero probablemente la cercanía al poder fungiendo como ministro de defensa lo impacientó.
Un demócrata tampoco castiga a las Cortes por emitir una sentencia en su contra. Mientras se implementa la reforma agraria, un finquero apeló a la Corte Suprema. Cuando la Corte falló a favor del finquero, Árbenz y el Congreso la castigaron removiendo a todos los magistrados.
Y tampoco se vale ignorar todas las imprudencias que cometió durante su presidencia. No me interesa en absoluto si Árbenz era socialista o no. Eso es irrelevante. En la política todo es percepción y él se esforzó que lo percibieran como uno. Aparecer en la Organización de Estados Americanos (OEA) sentado junto al Che Guevara fue una imprudencia. Que su esposa públicamente hablara de su ateísmo fue otra grandísima: en aquel entonces se pensaba que solo los comunistas eran ateos.
Juan José Arévalo era sumamente crítico del imperialismo yanqui y entabló relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, pero no era ingenuo. En cambio, Árbenz sí lo fue y se puso a jugar con fuego. En aquel entonces, Dwight Eisenhower asume la presidencia de los Estados Unidos y el macartismo se propagaba como una plaga en la sociedad norteamericana.
A tal punto llegaron las imprudencias de Árbenz, que el propio Juan José Arévalo optó por separarse de su figura. En una carta pública, Arévalo denunció a Árbenz por reprimir a sus opositores, participar en corrupción, intervenir y politizar los sindicatos, así como dejar que miembros del partido comunista estuviesen en sus círculos cercanos. Muy probablemente, Árbenz no era comunista, ¡pero vaya si se esforzó para parecerse a uno!
Me gustó que la campaña de Movimiento Semilla se vinculara a Juan José Arévalo y no a su sucesor. Más allá del marketing político, me gustó porque Arévalo fue un presidente mucho más democrático y prudente. Permanece hasta el día de hoy como un héroe que nos invita a triunfar.
Esta «Nueva Primavera» no sucederá gracias al gobierno de Bernardo Arévalo, sino por una ciudadanía que se dio cuenta de que es capaz de hacer mucho y más. A lo mejor, nos convertiremos en los héroes que tantas generaciones han soñado tener y nos olvidaremos de esas figuras que nos han mantenido atrapados en el pasado.
“Arévalo fue un presidente mucho más democrático y prudente. Permanece hasta el día de hoy como un héroe que nos invita a triunfar.”